Será porque me cae bien Mariló, pero voy a romper una lanza
a su favor. Para aquellos que creen en la dualidad cuerpo-alma, esta última se
separa del cuerpo en la muerte, pero cada vez está menos claro cuando debería
tener lugar esta separación, es decir, cuando tiene lugar el momento de la
muerte. Así, ese instante crucial e irreversible se ha ido modificando a lo
largo del tiempo, creyéndose inicialmente que era cuando el corazón dejaba de
latir y se paraba la respiración: la carencia de sangre oxigenada circulando
por el cuerpo provocaba la muerte celular de los diferentes órganos. Pero no
todos mueren a la vez. Algunos, como el cerebro, lo hacen enseguida, y otros
como los riñones tardan más tiempo en hacerlo. Cabe preguntarse ahora donde se
alberga el alma, si en la totalidad del cuerpo o en algún órgano concreto, tal
que el cerebro. Esto último parece convenir a aquellos que la conciben como una
funcionalidad de la estructura neuronal, función que desaparecería con la
muerte cerebral. Pero, como hemos dicho, después de ese momento siguen vivos
todavía muchos otros órganos, aunque condenados a su muerte próxima si no se
interviene en el organismo de una manera artificial. Con respiración y
circulación asistidas, el cuerpo puede seguir vivo y mantener sus funciones
orgánicas, lo cual ha servido curiosamente para utilizarse en la extracción de
órganos en un momento oportuno para el receptor, elevando previamente a categoría
de muerte “oficial” la muerte cerebral. Pero esta muerte cerebral no deja de
ser un hecho sospechoso de oportunismo en el mercado de órganos, o si se quiere
ser menos hiriente, en la práctica médica. Así pues, muchos rechazarán el dogma
médico de la muerte cerebral para defender una condición extendida y unitaria
de la presencia del alma en el cuerpo.
Y claro, el asunto deviene todavía más problemático cuando
el trasplante es inter-vivos, como el de un riñón. Como vemos, las discusiones
bizantinas siguen teniendo vigencia hoy día, aunque se revistan de cuestiones
científicas. Y es que la ciencia y la filosofía no son cosas de la matemática
pura, y están sometidas a la cambiante interpretación humana.
Así que ¿quién podría negar con rotundidad que Mariló no
está autorizada para exponer sus dudas? Quizás sólo los que no crean en la
existencia del alma, postura ésta que rompe radicalmente el nudo gordiano de la
cuestión, si bien nos deja un cierto sabor amargo el considerar que en los transplantes se está
extrayendo el órgano de un ser todavía vivo, aunque ya no plenamente humano, y sin demasiados paliativos ni consideraciones ya que después se le va a dejar morir. Una cuestión
parecida es la del aborto, que tanta polémica actual conlleva. El asunto principal es ahora determinar cuando el embrión tiene alma, problema en el que incluso la Iglesia
no se ha puesto de acuerdo a lo largo de su historia, aunque en la actualidad,
al enfrentarse al hecho del aborto y los experimentos con embriones, se tiende a afirmar que el alma es insuflada
por Dios desde el mismo momento de la fecundación. Lo dicho, son “discusiones bizantinas” en torno
a las cuales el hombre intenta configurar
una moral universal.
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