¡Anda que no tienen moral los
homosexuales! Ahora que los heteros no se quieren casar ni a tiros, y de los
que ya lo están se separan la mitad, los gays y lesbianas dale que dale con el
matrimonio. Y al final lo han conseguido, con todas las bendiciones legales y
constitucionales. Claro que en su caso, la conquista del matrimonio civil es un
hito en su carrera por alcanzar la aceptación social y la normalización en su
modo de vida, además de los derechos sociales inherentes al estado civil del
matrimonio. Algunas pegas si se ponen por una parte importante de la población,
una relativa al nombre, ya que “matrimonio” hace referencia a la función
maternal y a los derechos de la madre a ser cuidada y atendida por el varón. Se
hubiese preferido otro nombre, como “casamiento” o “desposamiento”, que hace más
hincapié en las obligaciones de los “cónyuges” o “esposos” entre sí. Pero uno
se imagina que eso de “matrimonio” tiene cierto morbo para la pareja homosexual
y los roles que se adoptan dentro de ella. Otra pega, o duda, o incertidumbre
en torno al resultado, es el derecho a adoptar niños y a educarlos. Esto va a
ser un experimento sociológico sin duda y el tiempo dirá si fue oportuno. El
ambiente del hogar y el aprendizaje espontáneo de los modelos paternales, condicionan
la conducta de los hijos y habrá que considerar si los hogares homosexuales
entregan a la sociedad personas condicionadas a la misma tendencia o no. Ahí
flota un debate que trasciende lo legislativo para entrar de lleno en el modelo
de sociedad que se desea, y eso no puede debatirse en un Parlamento, sino en el
seno entero de la sociedad. Porque no hay que engañarse con algunos
planteamientos de educación cívica introducidos por los políticos de turno
responsables del cambio de la ley del matrimonio, que presentaban la
homosexualidad como un opción más, equivalente a la heterosexual. La sexualidad
juega un papel importante en la formación del individuo y en la configuración
de la sociedad, y sin establecer juicios de valor, hay que decir que genera
diferencias en el modelo social.
No es fácil para un heterosexual situarse en
un punto de observación desde el que se vea con objetividad el problema de los
homosexuales, o mejor, desde el que no se vea como problema. Hay diversos
enfoques que considerar, y el más relevante quizás es el que se refiere a los
usos y costumbres tolerados por la sociedad. Es en este enfoque en el que se ha
apoyado el Tribunal Constitucional para advertir que las costumbres han
cambiado en la actualidad y que no existe un rechazo social mayoritario de la
conducta homosexual. A lo largo de la historia, es ocioso decirlo, ha habido
culturas, como la griega y la romana, en las que las conductas homosexuales
eran bien toleradas y hasta podría decirse que frecuentes en determinadas
situaciones y contextos. Pero no se trata aquí de describir en detalle las
costumbres históricas, sino constatar su existencia en relación a las conductas
homosexuales.
Otro enfoque que conviene considerar
en segundo lugar, y que se ha sobrevalorado muchas veces, es el biológico. La
pregunta típica es si la conducta homosexual es anormal o no. Aquí se tropieza
con la ambivalencia de las palabras, porque el término “normal” tiene dos
significados: el de no aberrante y el de mayoritario. Es claro que la
homosexualidad no es “normal” en el sentido de mayoritaria o más frecuente, ya
que se estima una población netamente homosexual de un tres o cuatro por
ciento. En cuanto a la otra acepción, la de si es una conducta aberrante o no,
es decir, si es natural o antinatural, conviene considerar el asunto con cierta
amplitud, porque de nuevo estamos enredados en las ambigüedades y trampas del
lenguaje. En primer término habría que decir que todo lo que ocurre en la
naturaleza es natural, incluido lo aberrante y lo inadecuado. Es decir, que lo
natural no está matemáticamente determinado en una dirección rígida, sino que
existe un margen de tolerancia. Las leyes naturales tendentes a un fin concreto
se han desarrollado por evolución para que se materialice ese fin, no siendo
necesario ni eficaz un cumplimiento en el 100% de los casos. Basta con que el
objetivo se cumpla con el menor coste posible, es decir, sin rigidez y permitiendo
la diversidad. Es evidente que la conducta sexual está orientada por la
naturaleza hacia la procreación, pero no es necesario que todos los individuos
se atengan a ese principio; basta con que se garantice la conservación de la
especie. Así, la madre naturaleza se ha permitido un diseño fácil de las
conductas instintivas, con una
distribución estadística que contiene diversos grados de homosexualidad dentro
de un sector minoritario de la distribución. Y si la madre naturaleza lo ha
tolerado así, ¿por qué no habría de tolerarlo la sociedad? Los homosexuales
tienen todo el derecho a asumir la predisposición que han recibido de la
naturaleza, más cuando ir contra ella les va a acarrear problemas de diversos
tipos.
Pero sobre este enfoque, que como dije
se ha sobrevalorado, está el cultural que admite otro uso de la sexualidad,
aparte de la procreación. Nadie otorgaría el calificativo de antinatural al
placer gastronómico por el hecho de que no atiende al fin de la alimentación,
sino al mero placer del gusto. Así, la sexualidad se ha desarrollado también,
desde siempre, en el campo del placer, y atiende además a diversos fines de
estabilidad social y equilibrio emocional, distintos del natural con que fue
creada por la evolución. La
superpoblación del planeta parece hacer ya innecesaria esa ley natural de
creced y multiplicaos, y el placer sexual se erige así como un fin en sí mismo.
En la génesis de la homosexualidad hay
muchos factores que actúan, y no sólo los genéticos. Hay factores hormonales,
sicológicos, sociales, educativos, experienciales, etc. Y todo este complejo
mosaico interactúa para hacer que cada caso sea particular. Por eso no cabe
analizar demasiado la homosexualidad, sino aceptarla como un hecho en sus
proporciones reales. Muchas veces, sobre todo en ambientes homosexuales, se
tiende a exagerar la proporción de la población homosexual, pero es difícil
hablar de homosexualidad completa y permanente, cuya incidencia es mínima. La
conducta homosexual aparece en todas las gradaciones, desde la actividad
eventual en determinadas épocas de la vida, hasta la conducta bisexual en
diferentes proporciones de preferencia. La
madre naturaleza tiene la manga ancha y gusta de jugar a la diversidad.
Volviendo al principio y al deseo de
casarse los homosexuales, no sé si son plenamente conscientes de la trampa que
se les ofrece: el ser asimilados por el sistema, el perder su estatus de
movimiento social revulsivo y contestatario,
el convertirse en una fuerza conquistada y sometida civilmente.
Y ya para terminar, y aparte de todo
lo dicho, que podría considerarse como perteneciente al punto de vista de una
moral civil o laica, no se puede ignorar la perspectiva desde una moral
religiosa, que a fin de cuentas está alojada, directa o indirectamente, en una
parte sustancial de la sociedad española. Con la incertidumbre que siempre
conllevan las encuestas, el 75 % de la población se declara católica, si bien
la mitad no es practicante. Esa masa social tiene pues el suficiente peso para
que en una sociedad democrática sea tenida en cuenta a la hora de definir el
modelo social y las leyes que lo regulan. La posición oficial de la Iglesia
Católica está bien definida, y condena las prácticas homosexuales aunque no las
tendencias instintivas, pero a éstas últimas las condena a la castidad. No es
aquí el lugar de analizar la racionalidad o insensatez de la postura de la Iglesia,
sino de tomar como un hecho su implantación en la moral de las gentes católicas
y respetarla, igual que hemos hecho con el fenómeno homosexual, y en la línea
de la postura del Tribunal Constitucional, que se apoya en la realidad de las costumbres.
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