Ya es una tradición arraigada en España y en muchos países
de Hispanoamérica, y sin embargo su origen data de poco más de un siglo, en
Madrid, donde ya se comían las doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de
la Puerta del Sol, que marcaban la extinción del Año Viejo para dar entrada,
entre aplausos, al nuevo año. Se dice que la cosa comenzó a finales del XIX,
puesta de moda por familias acomodadas que encontraban muy chic la costumbre
francesa de tomar uvas y champagne en la cena de Año Viejo. Otros dicen que se
popularizó a principios del XX gracias a unos agricultores levantinos que
tuvieron un excedente de uva y se dedicaron a distribuirla gratis a fin de año para
la celebración popular de las doce uvas. El caso es que la costumbre se ha
instalado en España y no existe en otros países de Europa, donde es bastante
general recibir el año con fuegos artificiales –qué adecuada metáfora de lo que
va a ser el año que comienza: ilusión, artificio.
Sin embargo, las uvas de la suerte esconden un significado casi
indescifrable, quizás porque no lo tienen, o porque es inconsciente. Un racimo
de uvas sugiere abundancia, plenitud. Es además el símbolo del vino, su origen,
y comer las uvas es como iniciar en nosotros ese milagroso proceso de fermentación
que traerá la felicidad. El dios romano del vino, Dionisos, tenía por misión liberar
al hombre de su ser normal mediante el éxtasis del vino, dando fin al cuidado y
la preocupación. Es una buena manera de acabar el año, de olvidarse del pasado
disponiéndose a renacer. Y la uva simboliza ese deseo sin llegar a la
embriaguez, apta para todos los públicos.
Pero el misterio se extiende más allá del simbolismo de la
uva, porque se antoja irrelevante el hacer coincidir la toma de doce uvas con
las doce campanadas o segundos finales del año. Un ritual puede crearse con cualquier
significado, pero si ese ritual arraiga y se perpetúa es porque su significado
es profundo. ¿No representarán las doce uvas, antes que los doce últimos
segundos del año, los doce meses que están por venir y para los que se desea
suerte?
Doce segundos, doce horas, doce meses… el simbolismo
histórico del doce. Los babilonios, grandes observadores del cielo, constataron que la luna llena aparecía doce
veces al año. De ahí se derivarían los doce meses del año, las doce horas antes
y después del mediodía, los calendarios y muchas cosas más, como los doce
signos del zodiaco, las doce tribus de Israel, los doce dioses principales de
Grecia, los doce Apóstoles, los doce caballeros de la Tabla Redonda… y hasta la
docena de huevos en nuestros días. Me pregunto si no sería más práctico comprar
los huevos por decenas, acorde con nuestros sistema decimal de contar. Pero es
que el simbolismo lo penetra todo, enriqueciendo la vida con esa magia
que nos hace existir más intensamente. Como lo hace la magia de las
doce campanadas en la Puerta del Sol, cuyo sonido de bronce tenemos grabado en
nuestra memoria desde la infancia, y que muchos visitantes que han venido a la
capital de compras o turismo, y tienen que marcharse anticipadamente, no
pierden la ocasión de oír a las doce de la mañana, llenando la plaza.
¡Que los doce meses que vienen nos sean propicios!
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