lunes, 19 de noviembre de 2012

JUGANDO CON LAS PALABRAS

Filosofando, ése tenía que haber sido el título. Pero es que en nuestros días ya nadie cree en la Filosofía, ni en la Religión, ni en la Política, ni en general en las grandes “Ideas”. Por eso lo de “jugando con las palabras”, que es más actual, menos ambicioso. Y es que ya lo dijo hace casi nada Wittgenstein, que los problemas de la filosofía son generalmente problemas del lenguaje, es decir, incongruencias, trampas que nos tiende el lenguaje, líos que nos hacemos con las palabras.

A simple vista, por ejemplo, nadie juzga nada rara esta pregunta: “¿Existe la nada?”. Sobre todo si el que la hace es un ateo pensando en la muerte. Y sin embargo es una pregunta que no puede hacerse, ya que no tiene sentido preguntar si existe lo que se define precisamente como la no existencia de cualquier cosa. Resumiendo la pregunta para hacerla más absurda si cabe, podíamos expresarla como “¿existe la no existencia?”.

Podemos jugar con las palabras de muchas maneras, unas veces con sentido y otras sin él. Podemos decir por ejemplo “un color amargo”, y a casi todos les parecerá ahora una incongruencia, puesto que un color no tiene sabor, y sin embargo la expresión sí tiene sentido, un sentido poético. Se trata de una metáfora. Claro que las metáforas son para hacer poesía y no filosofía. La filosofía  aspira al empleo preciso del lenguaje para evitar ambigüedades, pero eso es un intento vano porque el lenguaje es ambiguo e impreciso por naturaleza. Por eso los filósofos lo primero que hacen antes de exponer una teoría es precisar su empleo del lenguaje, e incluso se inventan palabras o usos nuevos de palabras. Y aún así la cosa no funciona demasiado bien, hasta el punto de haberse dicho por algunos que la verdadera filosofía debería expresarse en lenguaje matemático. Pero tampoco eso funciona y es otro vano intento el intentar comprender la existencia con la lógica pura, porque la existencia es escurridiza, difusa, borrosa. Borrosa, sí, hasta el punto que hoy se empieza a meterle el diente al asunto mediante la llamada “lógica borrosa”, o lógica probable. Vaya combinación de palabras, casi como la pregunta de si existe la no existencia, porque esperamos de la lógica que sea clara y luminosa, y no borrosa y sin perfiles. Y es que ya no estamos seguros de nada. Ya no podemos decir de un juicio que es verdadero o falso, pues algunas veces es verdadero y falso a la vez.  

Otra pregunta tradicional que a nadie asombra, antes bien, que se ha planteado el hombre hasta la saciedad desde que los griegos se inventaron el razonar, es: “¿Existe Dios?”. Y no obstante parecer una pregunta esencial, estamos delante otra vez de una pregunta mal hecha. A Dios lo hemos definido como lo que nunca cambia, lo igual a sí mismo eternamente. Pero sabemos que todo lo que existe ante nosotros es cambiante con mayor o menor lentitud; así las estrellas o el hombre. Incluso la mente del hombre consiste en un proceso cambiante, apto para percibir sólo lo cambiante, es decir, lo real. Dios es pues inasequible a nuestros sentidos y a nuestra mente, y sin embargo decimos “conocerle” a través del espíritu. Nuestro espíritu no puede ser entonces conocido por nuestra mente, lo mismo que Dios, y ambos tienen que ser de la misma naturaleza para poder conocerse entre sí y a sí mismos. Pero veamos ahora cómo es el pretendido conocimiento “espiritual” que decimos tener. Es un conocimiento directo, intuitivo, presencial. Es un conocimiento que nos llena de admiración, iluminación, éxtasis amoroso. Pero todo eso son sentimientos, son estados cambiantes de nuestra realidad humana, y por tanto no pertenecen a la naturaleza inmutable del espíritu. Cabría pensar que aunque no pertenecen al espíritu, son inducidos por él en nuestra naturaleza humana en momentos determinados. Pero ¿cómo algo que no es cambiante puede inducir cambios ocasionales en otro ser? Al menos se requeriría la voluntad de hacerlo, y ese acto de voluntad está precedido por su ausencia, con lo que ha habido un cambio en el espíritu inmutable. Parece evidente que todas esas emociones espirituales proceden exclusivamente de nuestro propio ser humano, que todo es humano, demasiado humano, como dijo Nietzsche. Dios se convierte así en algo inasequible al hombre, algo que no “existe” para la naturaleza real y cambiante del hombre. Se convierte en la Nada. Y ya dijimos que no puede hacerse la pregunta de si existe la nada.

Bueno, pues ya hemos jugado un rato con las palabras, que otra cosa no parece seguro que hayamos hecho. Y sin embargo, se intuye que hay una “realidad”  más amplia que desborda las palabras y a la que no tenemos acceso. Todo lo nuestro son intentos de apresar lo inapresable por medio de construcciones lógicas de lenguaje que siguen manifestando sus limitaciones. Es más potente lo borroso, lo impreciso, lo que deja la puerta abierta a lo inefable. Es más potente una metáfora que un razonamiento. Corren tiempos de ser poeta mejor que filósofo.

Y sin embargo, cuando una teoría filosófica, o un simple ensayo, están bien construidos y son capaces de hacerse evidentes, cuando son capaces de hacerse luz en nuestra mente, algo trasciende lo meramente racional y se aproxima al arte, al espíritu, a Dios. No en vano a nuestro Dios judío se le ha llamado el Verbo, el Logos, la Palabra; el Dios de la palabra escrita.

sábado, 10 de noviembre de 2012

EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL

¡Anda que no tienen moral los homosexuales! Ahora que los heteros no se quieren casar ni a tiros, y de los que ya lo están se separan la mitad, los gays y lesbianas dale que dale con el matrimonio. Y al final lo han conseguido, con todas las bendiciones legales y constitucionales. Claro que en su caso, la conquista del matrimonio civil es un hito en su carrera por alcanzar la aceptación social y la normalización en su modo de vida, además de los derechos sociales inherentes al estado civil del matrimonio. Algunas pegas si se ponen por una parte importante de la población, una relativa al nombre, ya que “matrimonio” hace referencia a la función maternal y a los derechos de la madre a ser cuidada y atendida por el varón. Se hubiese preferido otro nombre, como “casamiento” o “desposamiento”, que hace más hincapié en las obligaciones de los “cónyuges” o “esposos” entre sí. Pero uno se imagina que eso de “matrimonio” tiene cierto morbo para la pareja homosexual y los roles que se adoptan dentro de ella. Otra pega, o duda, o incertidumbre en torno al resultado, es el derecho a adoptar niños y a educarlos. Esto va a ser un experimento sociológico sin duda y el tiempo dirá si fue oportuno. El ambiente del hogar y el aprendizaje espontáneo de los modelos paternales, condicionan la conducta de los hijos y habrá que considerar si los hogares homosexuales entregan a la sociedad personas condicionadas a la misma tendencia o no. Ahí flota un debate que trasciende lo legislativo para entrar de lleno en el modelo de sociedad que se desea, y eso no puede debatirse en un Parlamento, sino en el seno entero de la sociedad. Porque no hay que engañarse con algunos planteamientos de educación cívica introducidos por los políticos de turno responsables del cambio de la ley del matrimonio, que presentaban la homosexualidad como un opción más, equivalente a la heterosexual. La sexualidad juega un papel importante en la formación del individuo y en la configuración de la sociedad, y sin establecer juicios de valor, hay que decir que genera diferencias en el modelo social.  
 
 No es fácil para un heterosexual situarse en un punto de observación desde el que se vea con objetividad el problema de los homosexuales, o mejor, desde el que no se vea como problema. Hay diversos enfoques que considerar, y el más relevante quizás es el que se refiere a los usos y costumbres tolerados por la sociedad. Es en este enfoque en el que se ha apoyado el Tribunal Constitucional para advertir que las costumbres han cambiado en la actualidad y que no existe un rechazo social mayoritario de la conducta homosexual. A lo largo de la historia, es ocioso decirlo, ha habido culturas, como la griega y la romana, en las que las conductas homosexuales eran bien toleradas y hasta podría decirse que frecuentes en determinadas situaciones y contextos. Pero no se trata aquí de describir en detalle las costumbres históricas, sino constatar su existencia en relación a las conductas homosexuales.
Otro enfoque que conviene considerar en segundo lugar, y que se ha sobrevalorado muchas veces, es el biológico. La pregunta típica es si la conducta homosexual es anormal o no. Aquí se tropieza con la ambivalencia de las palabras, porque el término “normal” tiene dos significados: el de no aberrante y el de mayoritario. Es claro que la homosexualidad no es “normal” en el sentido de mayoritaria o más frecuente, ya que se estima una población netamente homosexual de un tres o cuatro por ciento. En cuanto a la otra acepción, la de si es una conducta aberrante o no, es decir, si es natural o antinatural, conviene considerar el asunto con cierta amplitud, porque de nuevo estamos enredados en las ambigüedades y trampas del lenguaje. En primer término habría que decir que todo lo que ocurre en la naturaleza es natural, incluido lo aberrante y lo inadecuado. Es decir, que lo natural no está matemáticamente determinado en una dirección rígida, sino que existe un margen de tolerancia. Las leyes naturales tendentes a un fin concreto se han desarrollado por evolución para que se materialice ese fin, no siendo necesario ni eficaz un cumplimiento en el 100% de los casos. Basta con que el objetivo se cumpla con el menor coste posible, es decir, sin rigidez y permitiendo la diversidad. Es evidente que la conducta sexual está orientada por la naturaleza hacia la procreación, pero no es necesario que todos los individuos se atengan a ese principio; basta con que se garantice la conservación de la especie. Así, la madre naturaleza se ha permitido un diseño fácil de las conductas instintivas,  con una distribución estadística que contiene diversos grados de homosexualidad dentro de un sector minoritario de la distribución. Y si la madre naturaleza lo ha tolerado así, ¿por qué no habría de tolerarlo la sociedad? Los homosexuales tienen todo el derecho a asumir la predisposición que han recibido de la naturaleza, más cuando ir contra ella les va a acarrear problemas de diversos tipos.
Pero sobre este enfoque, que como dije se ha sobrevalorado, está el cultural que admite otro uso de la sexualidad, aparte de la procreación. Nadie otorgaría el calificativo de antinatural al placer gastronómico por el hecho de que no atiende al fin de la alimentación, sino al mero placer del gusto. Así, la sexualidad se ha desarrollado también, desde siempre, en el campo del placer, y atiende además a diversos fines de estabilidad social y equilibrio emocional, distintos del natural con que fue creada por la evolución.  La superpoblación del planeta parece hacer ya innecesaria esa ley natural de creced y multiplicaos, y el placer sexual se erige así como un fin en sí mismo.
En la génesis de la homosexualidad hay muchos factores que actúan, y no sólo los genéticos. Hay factores hormonales, sicológicos, sociales, educativos, experienciales, etc. Y todo este complejo mosaico interactúa para hacer que cada caso sea particular. Por eso no cabe analizar demasiado la homosexualidad, sino aceptarla como un hecho en sus proporciones reales. Muchas veces, sobre todo en ambientes homosexuales, se tiende a exagerar la proporción de la población homosexual, pero es difícil hablar de homosexualidad completa y permanente, cuya incidencia es mínima. La conducta homosexual aparece en todas las gradaciones, desde la actividad eventual en determinadas épocas de la vida, hasta la conducta bisexual en diferentes proporciones de preferencia.  La madre naturaleza tiene la manga ancha y gusta de jugar a la diversidad.
Volviendo al principio y al deseo de casarse los homosexuales, no sé si son plenamente conscientes de la trampa que se les ofrece: el ser asimilados por el sistema, el perder su estatus de movimiento social revulsivo y contestatario,  el convertirse en una fuerza conquistada y sometida civilmente.  
Y ya para terminar, y aparte de todo lo dicho, que podría considerarse como perteneciente al punto de vista de una moral civil o laica, no se puede ignorar la perspectiva desde una moral religiosa, que a fin de cuentas está alojada, directa o indirectamente, en una parte sustancial de la sociedad española. Con la incertidumbre que siempre conllevan las encuestas, el 75 % de la población se declara católica, si bien la mitad no es practicante. Esa masa social tiene pues el suficiente peso para que en una sociedad democrática sea tenida en cuenta a la hora de definir el modelo social y las leyes que lo regulan. La posición oficial de la Iglesia Católica está bien definida, y condena las prácticas homosexuales aunque no las tendencias instintivas, pero a éstas últimas las condena a la castidad. No es aquí el lugar de analizar la racionalidad o insensatez de la postura de la Iglesia, sino de tomar como un hecho su implantación en la moral de las gentes católicas y respetarla, igual que hemos hecho con el fenómeno homosexual, y en la línea de la postura del Tribunal Constitucional, que se apoya en la realidad de las costumbres.

jueves, 8 de noviembre de 2012

CADUCIDAD PROGRAMADA

Todos nos hemos cabreado un montón al comprobar que se ha estropeado el móvil que compramos hace un año escasamente, o hemos jurado en hebreo cuando nuestro ordenador de última generación se ve vergonzosamente superado por una nueva tecnología que multiplica las prestaciones. Son los dos modelos típicos de lo que ha venido en llamarse obsolescencia programada. ¡Estas cosas no pasaban antes! –gritan nuestros mayores, añadiendo que una nevera duraba veinte años sin problemas-. Y este fenómeno de la obsolescencia rápida es general, cualquiera que sea el aparato que consideremos. Pero lo aparentemente grave es que no se trata de una fabricación chapucera, de bajo coste y mínimo control de calidad, sino que es intencionada para que las cosas no duren. El caso más ilustrativo y antiguo son las bombillas, cuya vida media no llega hoy, sistemáticamente, al año. Sin embargo, una bombilla instalada en 1901 en un parque de bomberos de Connecticut ha estado luciendo ininterrumpidamente hasta hoy, siendo objeto de celebraciones en su centenario de vida. Lo que ha sucedido es que a partir de la Gran Depresión de los años treinta, los fabricantes llegaron al acuerdo de fabricar bombillas de vida limitada para que aumentara el consumo de bombillas. La ecuación es bien sencilla: a más necesidad de consumo, más producción, más empleo en las fábricas, más impuestos para el Estado, que puede abordar obras públicas, etc. El crecimiento parecía asegurado, y el secreto era aumentar el consumo. Esta estrategia económica, que parecía haberse olvidado después de la depresión, salvo en la producción de las bombillas, que siempre ha perdurado, ha resurgido con fuerza en todo el mercado de productos al calor del sistema económico neoliberal que sufrimos en nuestros días, basado en un crecimiento continuo desmesurado que engorda el bolsillo del empresario y del capital, a la vez que garantiza trabajo a una gran masa de población laboral cada vez con más reivindicaciones económicas. El sistema neoliberal se sustenta en tres pilares: publicidad, que crea de manera incesante necesidades de consumo indiscriminadas como medida de la prosperidad y satisfacción individual, hasta el punto de que muchas personas se autodefinen como “consumidores” en vez de simplemente como personas; el crédito, que permite comprar  a costa de endeudarse hacia el futuro; y el trabajo intensivo y esclavo para poder reintegrar los préstamos adquiridos. Parodiando el esquema, se podría decir que nos obligan a trabajar para pagar cosas que hemos comprado sin necesitarlas, movidos  por el engaño de la publicidad. Pero así está la cosa, y el pretender abandonar el sistema de golpe se traduciría en quiebra general, en desempleo masivo, en colapso social.

La caducidad programada se revela pues como el motor secreto de nuestro sistema económico, sin la cual dejaría de funcionar. Y uno se pregunta si esto sería válido para cualquier otro sistema, por ejemplo un sistema orgánico. Tenemos una vida media limitada, alrededor de los noventa años si no intervienen enfermedades que la acorten. Pero sorprendentemente esto no es un hecho necesario, y resulta que hay una programación biológica llamada “apoptosis” que hace que nuestras células mueran en un plazo fijado, a pesar de que podían seguir viviendo mucho más. Existe una especie de reloj biológico semejante al chip que tienen muchas impresoras de ordenador, que va contando la actividad de la máquina para inducir un fallo general al llegar a su límite programado. Nuestro reloj biológico va contando nuestra existencia, y se ha desarrollado por evolución para servir a las necesidades de la especie. Es decir, que es bueno para la especie que los individuos no vivan más de noventa años. ¡Nuestra especie es pues como el sistema económico neoliberal, vaya chasco! No en vano el precepto económico básico liberal es dejar hacer al mercado, sin condicionarle, de manera que él mismo se ajuste para que progrese. La ley de la evolución aplicada al sistema económico, vamos. ¡Estamos bien, pillados por todas partes!

jueves, 1 de noviembre de 2012

EL "ALMA" DE MARILÓ

La conocida presentadora de televisión Mariló Montero, mujer bella y de carácter atractivo, ha  sido la causa de que se arme la marimorena en las redes sociales debido a una “aparente” simpleza que dijo en un programa: que no sabía si en un trasplante de órganos el receptor no recibía también, además del órgano del donante, parte de su alma. He enmarcado la palabra “aparente” porque aunque en nuestros días esa afirmación parece una tontería, hace algunos siglos hubiese levantado profundos debates e interminables reflexiones filosóficas, semejantes a aquellas que tuvieron lugar al final del Medievo en Constantinopla, relativas al sexo de los ángeles. Y no estoy hablando ahora en metáfora, sino del origen de la famosa metáfora que se aplica cuando se discute de cosas intangibles, irrelevantes y sin sentido para el común de los mortales, mientras tienen lugar graves acontecimientos reales, como lo fue entonces el asedio de Constantinopla por los turcos. La Biblia cita a veces a ángeles femeninos además de los masculinos, lo que dio pie entonces a largos debates en el seno de la Iglesia. Aquellas “discusiones bizantinas” interminables hubiesen incluido con gran apasionamiento las dudas de Mariló sobre el “alma” de los órganos del cuerpo, si hubiesen existido entonces los trasplantes.  

Será porque me cae bien Mariló, pero voy a romper una lanza a su favor. Para aquellos que creen en la dualidad cuerpo-alma, esta última se separa del cuerpo en la muerte, pero cada vez está menos claro cuando debería tener lugar esta separación, es decir, cuando tiene lugar el momento de la muerte. Así, ese instante crucial e irreversible se ha ido modificando a lo largo del tiempo, creyéndose inicialmente que era cuando el corazón dejaba de latir y se paraba la respiración: la carencia de sangre oxigenada circulando por el cuerpo provocaba la muerte celular de los diferentes órganos. Pero no todos mueren a la vez. Algunos, como el cerebro, lo hacen enseguida, y otros como los riñones tardan más tiempo en hacerlo. Cabe preguntarse ahora donde se alberga el alma, si en la totalidad del cuerpo o en algún órgano concreto, tal que el cerebro. Esto último parece convenir a aquellos que la conciben como una funcionalidad de la estructura neuronal, función que desaparecería con la muerte cerebral. Pero, como hemos dicho, después de ese momento siguen vivos todavía muchos otros órganos, aunque condenados a su muerte próxima si no se interviene en el organismo de una manera artificial. Con respiración y circulación asistidas, el cuerpo puede seguir vivo y mantener sus funciones orgánicas, lo cual ha servido curiosamente para utilizarse en la extracción de órganos en un momento oportuno para el receptor, elevando previamente a categoría de muerte “oficial” la muerte cerebral. Pero esta muerte cerebral no deja de ser un hecho sospechoso de oportunismo en el mercado de órganos, o si se quiere ser menos hiriente, en la práctica médica. Así pues, muchos rechazarán el dogma médico de la muerte cerebral para defender una condición extendida y unitaria de la presencia del alma en el cuerpo.
Y claro, el asunto deviene todavía más problemático cuando el trasplante es inter-vivos, como el de un riñón. Como vemos, las discusiones bizantinas siguen teniendo vigencia hoy día, aunque se revistan de cuestiones científicas. Y es que la ciencia y la filosofía no son cosas de la matemática pura, y están sometidas a la cambiante interpretación humana.
Así que ¿quién podría negar con rotundidad que Mariló no está autorizada para exponer sus dudas? Quizás sólo los que no crean en la existencia del alma, postura ésta que rompe radicalmente el nudo gordiano de la cuestión, si bien nos deja un cierto sabor amargo el considerar que en los transplantes se está extrayendo el órgano de un ser todavía vivo, aunque ya no plenamente humano, y sin demasiados paliativos ni consideraciones ya que después se le va a dejar morir. Una cuestión parecida es la del aborto, que tanta polémica actual conlleva. El asunto principal es ahora determinar cuando el embrión tiene alma, problema en el que incluso la Iglesia no se ha puesto de acuerdo a lo largo de su historia, aunque en la actualidad, al enfrentarse al hecho del aborto y los experimentos con embriones,  se tiende a afirmar que el alma es insuflada por Dios desde el mismo momento de la fecundación.  Lo dicho, son “discusiones bizantinas” en torno a las cuales el hombre intenta configurar  una moral universal.