domingo, 30 de diciembre de 2012

LAS DOCE UVAS

Ya es una tradición arraigada en España y en muchos países de Hispanoamérica, y sin embargo su origen data de poco más de un siglo, en Madrid, donde ya se comían las doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, que marcaban la extinción del Año Viejo para dar entrada, entre aplausos, al nuevo año. Se dice que la cosa comenzó a finales del XIX, puesta de moda por familias acomodadas que encontraban muy chic la costumbre francesa de tomar uvas y champagne en la cena de Año Viejo. Otros dicen que se popularizó a principios del XX gracias a unos agricultores levantinos que tuvieron un excedente de uva y se dedicaron a distribuirla gratis a fin de año para la celebración popular de las doce uvas. El caso es que la costumbre se ha instalado en España y no existe en otros países de Europa, donde es bastante general recibir el año con fuegos artificiales –qué adecuada metáfora de lo que va a ser el año que comienza: ilusión, artificio.

Sin embargo, las uvas de la suerte esconden un significado casi indescifrable, quizás porque no lo tienen, o porque es inconsciente. Un racimo de uvas sugiere abundancia, plenitud. Es además el símbolo del vino, su origen, y comer las uvas es como iniciar en nosotros ese milagroso proceso de fermentación que traerá la felicidad. El dios romano del vino, Dionisos, tenía por misión liberar al hombre de su ser normal mediante el éxtasis del vino, dando fin al cuidado y la preocupación. Es una buena manera de acabar el año, de olvidarse del pasado disponiéndose a renacer. Y la uva simboliza ese deseo sin llegar a la embriaguez, apta para todos los públicos.

Pero el misterio se extiende más allá del simbolismo de la uva, porque se antoja irrelevante el hacer coincidir la toma de doce uvas con las doce campanadas o segundos finales del año. Un ritual puede crearse con cualquier significado, pero si ese ritual arraiga y se perpetúa es porque su significado es profundo. ¿No representarán las doce uvas, antes que los doce últimos segundos del año, los doce meses que están por venir y para los que se desea suerte?

Doce segundos, doce horas, doce meses… el simbolismo histórico del doce. Los babilonios, grandes observadores del cielo,  constataron que la luna llena aparecía doce veces al año. De ahí se derivarían los doce meses del año, las doce horas antes y después del mediodía, los calendarios y muchas cosas más, como los doce signos del zodiaco, las doce tribus de Israel, los doce dioses principales de Grecia, los doce Apóstoles, los doce caballeros de la Tabla Redonda… y hasta la docena de huevos en nuestros días. Me pregunto si no sería más práctico comprar los huevos por decenas, acorde con nuestros sistema decimal de contar. Pero es que el simbolismo lo penetra todo, enriqueciendo la vida con esa magia que nos hace existir más intensamente. Como lo hace la magia de las doce campanadas en la Puerta del Sol, cuyo sonido de bronce tenemos grabado en nuestra memoria desde la infancia, y que muchos visitantes que han venido a la capital de compras o turismo, y tienen que marcharse anticipadamente, no pierden la ocasión de oír a las doce de la mañana, llenando la plaza.

¡Que los doce meses que vienen nos sean propicios!

jueves, 27 de diciembre de 2012

IBERIA, AMADA IBERIA

El otro día, por la tele, volvieron a decir en un reportaje que muchos portugueses desearían volver a formar parte de España, superando los resentimientos históricos, ya que pensaban que les iría mucho mejor económicamente. Y estoy convencido de que muchos más españoles estarían encantados también, a pesar de ser una carga penosa para nuestra economía. Hoy por hoy, los portugueses siguen siendo casi invisibles para los españoles, como ese pariente al que se ignora debido a conflictos de familia. Si no fuera por el dulce vino de Oporto y el también dulcísimo y nostálgico fado, no tendríamos a Portugal en nuestra memoria cotidiana.

El que salga esto a colación en esta época navideña, se debe sin duda a ese sentimiento de reconciliación familiar que estas fechas despiertan. Como contrapunto, los sentimientos separatistas catalanes actualmente exacerbados, que parecen devolvernos a aquella Edad Media en que comenzaron a formarse los reinos hispánicos a medida que se iban reconquistando los distintos territorios por las poblaciones cristianas. Pero primero los romanos, después los visigodos y finalmente los musulmanes, aspiraron y consiguieron la unificación de los territorios peninsulares. Fueron los romanos los que dieron a la península el nombre de Hispania, sustituyendo al anterior nombre griego de Iberia. En la Edad Media el nombre era más bien una denominación geográfica de la península, no empezando a utilizarse con intención política hasta la unión dinástica de los reinos de Castilla y León. A partir del descubrimiento de América, la identificación de lo español con lo castellano se va produciendo debido a la supremacía lingüística, económica y política del área castellana. El que los intereses centralistas castellanos hayan originado recelos y reclamaciones históricas en las poblaciones correspondientes a los reinos medievales periféricos, sólo sería justificable si se atiende a una concepción política que posteriormente se decantaría en el concepto de estado moderno, con funciones unificadas para todo el territorio abarcado.

Pero el hecho es que aquí estamos, con herencias sentimentales medievales todavía, vehiculadas por lenguas y culturas locales que se intentan mantener diferenciadas y reactivadas como seña de identidad frente al desencanto del presente, el eterno presente de todas las épocas, que salvo una empresa común vertebradora –como decía Ortega– siempre genera contestación e introversión en los sentimientos de la patria chica.

Esta connotación negativa de la idea y el nombre de “España” entre la periferia peninsular le hace desear a uno, en este tiempo de afectos navideños, una estructura de estado capaz de aglutinar con la suficiente independencia y autogobierno a todas las gentes y territorios, salvando lo común, que se quiera o no existe en forma de tradiciones, intercambios y costumbres ancestrales e históricas. Y sobre todo, salvando los sentimientos de unión entre unas gentes que han vivido, luchado y sufrido frente a retos y enemigos comunes llegados de fuera, en un amplio territorio con identidad peninsular bien definida en el continente europeo. Y hasta estaría uno, ingenuamente, dispuesto a volver a usar el inicial nombre griego de Iberia, tan amado, tan prerromano, que lograra englobar cómodamente bajo sus emociones a portugueses, catalanes y demás gentes, en una federación ibérica con sólidos enlaces a las comunidades “iberoamericanas” de ultramar. 

viernes, 21 de diciembre de 2012

EL CALENDARIO MAYA Y LA LOTERÍA

El que se haya difundido la falsa idea de que los mayas cifraban el fin del mundo en este día, 21 de Diciembre de 2012 a las 12h y 12m, es otra más de las fantasías que prosperan con más fuerza que otros años al calor de la crisis general que sufrimos. También han crecido más las colas de los que esperan conseguir un billete de lotería en la madrileña casa de Dña. Manolita, famosa por ser la que más premios reparte, aunque en realidad se deba a que es la que más vende.  

Pero la verdad es que el 21 del 2012, a las 12 y 12, no es más que el solsticio de invierno, el día más corto del año, a partir del cual el Sol, siempre invicto, comienza a renacer de su supuesta muerte, iluminando más horas nuestro mundo. Y en el calendario maya, hoy, es el fin de una era de 5.200 años, una entre las que dividen el tiempo del mundo, que no es lineal sino cíclico, es decir, eterno.

Pero al margen de las culturas y los mitos, lo que sí es evidente es que estamos propensos en nuestros días a la credulidad apocalíptica, a la influencia de lo desconocido y lo esotérico como antídoto de la realidad frustrante que nos toca vivir. Siempre sorprende la credulidad de la gente, esa creencia ciega y pasiva que espera en una cola interminable a que le toque la lotería que le redimirá de sus penurias, o al cumplimiento de una falsa profecía que anuncia la destrucción de un mundo agotado y corrompido. La fe mueve montañas, pero me temo que no moverá el bombo de la lotería ni los astros de los que depende nuestra existencia. En todo caso, esperemos a las 7 y 12 de la tarde en España, que es la hora que corresponde a las 12 y 12 en México… Yo las doy ya por pasadas.

sábado, 15 de diciembre de 2012

ARMAS... TENER O NO TENER, ESA ES LA CUESTIÓN

El origen del derecho de los particulares a tener armas está en la Inglaterra medieval, cuando estaba orientado a formar una milicia que pudiera acudir en defensa del Rey si era requerida. Más tarde, en el siglo XVII, este derecho común se orientó a la defensa personal, en línea con la interpretación moderna. El derecho anglosajón se exportó a las colonias, EEUU, Canadá y Australia principalmente. Aunque Inglaterra estableció duras restricciones posteriormente, con la independencia de los EEUU el derecho a poseer armas se consagró como inviolable, y así lo refleja su Constitución en la famosa segunda enmienda. En la expansión de la frontera estadounidense hacia la costa oeste, era esencial que las gentes estuviesen armadas y dispuestas a defender los territorios ocupados a los indígenas, ya que el estado malamente podía garantizar su seguridad en un territorio tan inmenso. Además, el flujo de gentes de toda condición llegados de Europa, hacía necesaria la autodefensa de las personas y las propiedades. Así se consolidó, durante el siglo XIX, la tradición del uso de las armas en el legendario Oeste americano. Un siglo más o menos separa la actualidad estadounidense de aquellos tiempos épicos, muy poco para desterrar esa costumbre que el cine ha elevado a la categoría de epopeya nacional. Pero es que además, en la actualidad, dada la enorme dispersión de la población en muchas partes, y la conflictividad en las grandes ciudades derivada de una población multiétnica con sensibles desajustes sociales y económicos, es imposible que el estado pueda garantizar la seguridad de todas las personas, lo que de hecho obliga a la autodefensa.

En EEUU adquirir un arma es tan fácil como tener el dinero que cuesta y ser mayor de edad. Se puede incluso llevarla a la vista en muchos estados y en otros portarla oculta. Una mayoría de la población está a favor de la tenencia libre de armas (60 %), aunque la polémica entre partidarios y detractores es antigua, sobre todo con ocasión de las típicas masacres que cada pocos años tienen lugar allí, como esta reciente en un colegio de primaria. Si fuera difícil conseguir un arma, dicen unos, no pasarían estas cosas. Y los otros contestan que si fuera difícil, los malhechores la conseguirían de todas maneras, mientras que las personas honradas no podrían y estarían indefensas. No cabe duda de que un malhechor que se plantea atracar un domicilio o una tienda, por ejemplo, se lo piensa diez veces no sea que le reciban a tiros. Pero por otro lado, los dementes que cometen estas masacres en colegios y entre gente despreocupada, tendrían un acceso más difícil a las armas. Una posición intermedia defendida por muchos, que quizás evitaría estos dramas, es el control sicológico y penal de los solicitantes.  

Y luego están los importantes intereses económicos de la industria de las armas personales y la influencia de la famosa Asociación del Rifle, con más de cuatro millones de asociados y un enorme poder económico y político, que hacen casi inviable establecer restricciones. Hay tantas armas en EEUU como habitantes, aunque sólo la mitad de la población está armada, lo que quiere decir que cada persona armada tiene de media dos armas, y que algunos tienen muchas, demasiadas. Y entre ellos esos fanáticos propensos a usarlas al servicio de su demencia. Da bastante pena ver vídeos en internet de padres enseñando a disparar una pistola de grueso calibre a un niño de cinco o seis años, pero así es la "cultura de la violencia" de este país, que tantas veces se ha reflejado en el cine y en los conflictos internacionales reales.

jueves, 13 de diciembre de 2012

EL SUICIDIO DE LA ENFERMERA JACINTHA

A todas luces ha sido desorbitada la reacción de la enfermera Jacintha Saldanha, de origen indio, víctima de una broma de dos locutores de la radio australiana, que se hicieron pasar por la reina Isabel II y el príncipe Carlos interesándose por la salud de Kate Middleton, que estaba recibiendo atención médica en el hospital King Edward, donde trabajaba Jacintha. Además, ella simplemente transfirió la llamada a la enfermera que atendía a la princesa, que fue la que dio toda suerte de información a los bromistas. Estos, no contentos con la burla en sí, la difundieron por todo el mundo a través de Internet y las redes sociales, dando a la broma una dimensión que alcanzaba de rebote a la familia real y a las instituciones hospitalarias británicas.

El caso es que la enfermera Jacintha ha aparecido ahorcada con un chal en la habitación de enfermeras del hospital, mientras que su compañera, la que atendió realmente a los bromistas, no parece que se lo haya tomado tan a la tremenda. Sin duda Samantha se sintió más culpable ya que debería haber filtrado la llamada, haber sospechado algo antes de darla por auténtica. O la hicieron sentirse más culpable desde determinadas instancias, cosa que se ha desmentido oficialmente.

Muchas cosas quedan en el aire tras este suceso, y algunas ambigüedades. Se dijo inicialmente que había aparecido muerta y que se le iba a hacer la autopsia para esclarecer la causa de la muerte, pero se ocultó que se había ahorcado. Tenía también heridas cortantes en las muñecas y se encontraron varias notas suyas dirigidas a sus familiares, marido e hijos, aunque se desconoce su contenido. Se hará una investigación detallada que no se conocerá hasta Marzo. Pero al margen de la investigación del hecho en sí,  dos cosas nos quedan claras: la primera, la estupidez de los bromistas de los medios, dispuestos a rentabilizar su ingenio a costa de gente normal que no imagina lo ciegamente banales que son.  Segundo, el drama interior de personas como Jacintha, que siendo personas serias y trabajadoras, llevan posiblemente una historia conflictiva dentro que no trasciende al exterior y que les hace reaccionar de manera extrema ante circunstancias problemáticas. Esa “intrahistoria” personal no saldrá en la prensa y pasará desapercibida, pero los locutores trágicamente bromistas la llevarán encima siempre si llegan a conocerla.  

sábado, 8 de diciembre de 2012

EL PRECIO DE LA CULTURA

¿Debería ser gratis la cultura? Es una pregunta que muchos se han hecho y que vuelve a estar de actualidad al hilo de la substitución del canon digital por un procedimiento de compensación a los autores a cuenta del Presupuesto General del Estado. Las nuevas tecnologías han desbordado la estructura comercial de los productos culturales, y la copia o pirateo gratuito son cada vez más frecuentes, por lo que en su día se estableció el dichoso canon que pretendía compensar a los poseedores del derecho de hacer copias (copyright); canon que se aplicaba a los aparatos capaces de copiar, reproducir y almacenar las obras. Era evidentemente injusto, ya que el pirateo es sólo una de los muchos usos de los aparatos digitales y se estaba repercutiendo el lucro cesante por esta causa entre todos los usuarios de equipos digitales. Y más injusta parece la nueva solución, ya que reparte dicha carga entre todos los contribuyentes, sin distinción. Aunque si somos objetivos, este recurso se emplea en multitud de casos y nadie levanta el grito al cielo, por ejemplo en algunos servicios públicos, con independencia de que una persona los utilice o no, o en los grandes almacenes, que se compensan de los pequeños robos subiendo ligeramente el precio de todos los productos.

Pero volvamos al título y abordemos el asunto del coste de la cultura. Y me refiero estrictamente al “coste”, no al precio a que se vende. Si no completamente gratuita, lo que es casi imposible dentro de la estructura comercial y el sistema productivo en el que estamos, sí que al menos podría ser más barata, mucho más barata, gracias a las nuevas tecnologías que reducen muchísimo los costes de producción y distribución. Sólo nos quedaría por abaratar la parte más delicada, la remuneración del autor. Es obvio que en la mayoría de los casos el autor pretende ganarse la vida en todo o en parte con su arte, y que está contaminado hasta la médula de esa máxima capitalista que afirma que el tiempo es oro, de más o menos quilates según la valía del autor, la cual se mide en el “mercado” por la demanda que genera en base a su propio prestigio y a las hábiles campañas publicitarias lanzadas por el sector que más se beneficia del “negocio” de la cultura: las editoriales, las discográficas, los “productores”. Porque no nos engañemos, la obra es con mucha frecuencia un pretexto, una baratija envuelta en los colores de la publicidad con la que los productores se llenan los bolsillos.  ¿Y dónde se ha quedado entonces la cultura, la verdadera cultura?, ya que para hacer negocio la obra tiene que alcanzar a las masas consumidoras, que tampoco buscan la calidad auténtica, sino lo excitante más básico, lo de moda, lo que pueden relacionar con la actualidad más banal. La cultura, así, se ha quedado en la cuneta. Que no nos embauquen pues con el respeto a la remuneración del “creador”, pues es claro que estamos hablando en la mayoría de los casos de los trabajadores de la falsa cultura pagados por los negociantes. Todo coincide, todo son eslabones de la cadena económica. Y este entramado se ve como positivo desde las instancias del Estado, ya que la “cultura” es en realidad otra rama más del producto interior bruto, a la que hay que favorecer. No nos extrañemos entonces de que el Estado vele por imponer cánones y compensaciones a la industria de la cultura, que pagaremos todos, incluso sin haber comprado la mercancía.

Por respeto a  los autores que escriben por auténtico placer creador, y con verdadera calidad aunque con remuneración mínima, habría que eliminar de nuestro vocabulario la famosa frase de los “derechos de autor”, que es un eufemismo para referirse en realidad a los derechos del “productor”, es decir, de las editoriales y discográficas, que son las que se llevan la  parte del león en este negocio. Es más honesto usar el término anglosajón de “copyright”, el derecho a producir copias.

A Dios gracias, la técnica ha entrado en contradicción dentro del sistema con su hermana la economía, y está permitiendo el abaratamiento sin precedentes de los costes de los productos culturales, que circulan por las redes digitales a precios mínimos e incluso gratis. Y si el panorama comercial no cambia y se ajusta a la nueva realidad, es en las redes digitales donde quizás se vaya a refugiar la verdadera cultura, que es aquella que no nace bastarda del dinero sino del auténtico placer de crear en libertad. Vivimos tiempos en que el sistema económico anda exacerbado y se ha apropiado de la cultura, convirtiendo en riqueza económica lo que debía seguir siendo riqueza cultural. Y es una pena que el Estado deje la cultura en esas manos. Porque quizás haya llegado ya el momento de pensar en extender el concepto de biblioteca pública tradicional, donde pueden leerse de manera gratuita todos los libros que se publican, al concepto de biblioteca pública virtual, soportada en la red e igualmente gratuita. Al menos la tecnología lo permite. La difusión de la cultura redunda en beneficio de toda la sociedad, y el restringirla para obtener elevados rendimientos económicos es profundamente inmoral. Pienso que se crearía menos entonces, pero se crearía calidad, verdadera cultura.