A unos les ha inquietado, a otros les ha compadecido, a unos
pocos, quizás, les ha escandalizado. Es la segunda vez que sucede en la
historia de la Iglesia, y han pasado más
de 700 años desde la primera, en la persona de Celestino V, asceta que fue Papa
sólo durante cinco meses y que no sintiéndose preparado para el cargo renunció voluntariamente
y volvió a su ascetismo. Pero es tradición
que el Papa muera siendo Papa, como
vicario de Cristo que es y su agente en la tierra, infalible en sus
decisiones apostólicas puesto que está
inspirado por el Espíritu Santo. Esa es la doctrina, y ante ella no valen
enfermedades, debilidad o apocamiento. Pero Benedicto XVI ha dicho que se
siente sin fuerzas para llevar a cabo su misión de jefe de la Iglesia y decide
retirarse a leer y escribir, que es lo suyo desde siempre. ¿Acaso no se siente
iluminado ya por la llama del Espíritu
Santo para ayudarle a vencer las adversidades a que se enfrenta la Iglesia en
los tiempos presentes? Diversos escándalos han debilitado su ministerio y el anciano teólogo ha puesto en la mesa su
humanidad, su debilidad de anciano enfermo, su falta evidente de energías ante
la tarea de gobernar la Institución Católica, con sus corrupciones e intrigas,
como cualquier institución.
Mucho se ha hablado desde el concilio Vaticano II de la
renovación de la Iglesia, de su puesta al día, de asumir su papel dentro de una
sociedad que ha cambiado tanto. Pero no se ha avanzado lo suficiente, y
Benedicto XVI no ha contribuido demasiado a ello. La fuerza de las cosas no
tolera bien la inmutabilidad de las estructuras y sabio es el dicho “adaptarse
o morir”. Aunque en algunos contextos haya que mantener la verdad hasta la
muerte, malo es que una institución que aspira a la universalidad vaya
perdiendo sus fieles por ser demasiado dogmática, rígida en sus preceptos, anticuada en sus concepciones.
Quizás el Papa ha dejado con su renuncia un mensaje de
cambio valiosísimo, que no acertó a plasmar en su ministerio, una última
aportación en su empeño por la continuidad de la Iglesia: volverse humano,
exclusivamente humano como cualquiera. Parece estar diciendo, aun a pesar suyo,
que así tiene que ser la Iglesia, más
cercana a los problemas actuales de la gente, comprometida en sus caminos
aunque muchas veces sean equivocados, porque detrás de ellos está el hombre, el
hombre real con sus desaciertos y debilidades.
Sea cual sea el motivo real de su renuncia, el tiempo que
llega nos dirá, en la persona del nuevo Papa elegido, lo que la Iglesia proyecta
para su futuro.
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