Hace tiempo, se elegía generalmente a un perro de compañía
por su carácter, más o menos en consonancia con el de su dueño, y con las
posibilidades de espacio vital para el animal. También influía de manera
inconsciente, lo he observado muchas veces, un curioso parecido fisionómico
entre perro y dueño, cosa que me hacía mucha gracia. No se podía tener mayor
empatía e identificación con el animal. Pero ahora, si se ponen de moda los
chuchos feos, de morro aplastado y ojos saltones, ahí tenemos a la gente
cargando con esos bichos que respiran con gran dificultad, babean y roncan. Es
un sufrimiento ver lo mal que llevan su vida los pobres animales. Si se ponen
de moda los perros agresivos, de esos que se te comen al niño o le muerden a
las visitas, pues ahí tenemos a la gente arrastrando por las calles a esas
fieras que te miran con ojos asesinos. Luego está también la moda de los
pequeñines, miniaturas de perro muy vivas, que los puedes llevar en cualquier
sitio. En miniatura los hay de todos los tipos, desde bolitas algodonosas hasta
famélicos canecillos sin pelo, tipo murciélago, de miembros delgados y huesudos y ojillos
vivaces, pasando por preciosos galgos miniatura que parece que van a romperse. Y hasta los hay
del tipo feo, de hocico achuchado y baboso, y con extremidades robustas y
arqueadas como sus congéneres de tamaño normal. En fin, la variedad es
inmensa y no he querido citar nombres de razas para no hacer propaganda.
Pero lo que es asombrosos del fenómeno es ver cómo en sólo un
par de años las calles se llenan del perro que está de moda. Qué tiempos
aquellos en que un inteligente pastor alemán te hacía compañía durante toda su
vida, o un setter irlandés de hermoso pelo rojizo disfrutaba jugando con los
niños de la familia hasta que se hacían mayores. Y es que la moda es el
mecanismo que garantiza la renovación rápida de las cosas para aumentar el
negocio de los productores, en este caso de los criadores de perros. Y lo han
conseguido, mezclando razas, combinando genes, inventando tendencias que
arrastran a los incautos consumidores. Una lástima.
Aspectos de la vida que, como un prisma caleidoscópico, nos va descubriendo nuestro gran amigo Jesús en sus inquietos y amenos escritos
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