jueves, 19 de diciembre de 2013

LA LOTERÍA DE NAVIDAD

Navidad, Navidad madrileña, las aceras cubiertas de hojas del otoño tardío, algunas verdes aún, perezosas en morir, desprendidas por el viento frío del invierno recién llegado. Las calles, inundadas por el rio de ojos deslumbrantes de los coches, jalonadas en lo alto por lienzos suspendidos de luces de colores, de racimos de uva rojos y dorados. Oh, oh, brillan y destellan las gigantes geometrías de cristal de nieve que cubren las fachadas del Corte Inglés, y más aún, hechiza con su magia ese árbol inmenso de oro luminoso que se alza en el centro de la Puerta del Sol, igualando en altura al famoso reloj de las doce campanadas. ¡Qué esplendor ese árbol deslumbrante, cubierto de bombos de lotería en su superficie! Sí, son bombos de lotería y no esferas terráqueas como la que corona la cúspide del árbol. Bombos de lotería que invocan a la suerte. La Navidad es una invocación a la esperanza, a la ilusión de que todo puede ser mejor, de que nos puede tocar la lotería de la vida y no sólo la del día 22. En la del día 22 confían ciegamente muchos que ignoran el cálculo de probabilidades, y hacen largas colas ilusionadas ante la administración de la prestigiada Doña Manolita. En la otra, quién sabe cuántos ni dónde hacen interminables colas. 

Por unos días, el mundo se para, se libera de su carga y las personas vuelven a ser plenamente humanas, aptas para la felicidad y el amor. Es como si lo verdadero hubiese estado escondido, sojuzgado, impedido. Y entonces resurge la fantasía y pensamos que es posible la felicidad  durante el resto del año. Luego llega el sorteo y no toca, se muestra el feo rostro de la realidad, de las confrontaciones, de los egoísmos y los problemas. Pero antes es Navidad, sólo Navidad, es el nacimiento del hombre en su auténtica dimensión, pleno de entusiasmo. 

Los mendigos de la Calle de Preciados acentúan estos días sus papeles tan bien ensayados, como “el postrado”, con la cabeza en el suelo escondida entre los brazos y sollozando continuamente, el eco de su llanto surgiendo lastimero del hueco de su cuerpo humillado; o “el manco”, manco total, desde la raíz de sus brazos en los hombros, que agita fuertemente un vaso sujeto con la boca y con algunas monedas dentro a la manera de sonajero. Lo agita con exigencia, con orgullo, con energía que no cesa mientras grita sonidos ininteligibles, quejidos angustiosos de impotencia, toda su voluntad puesta en los poderosos músculos de su cuello, como otros la ponen en la fuerza de sus brazos. También los mendigos están preñados de esperanza y actividad en estos días, confiando en una generosa recaudación. El caudal de personas que fluye por las arterias peatonales se entrevera con encuestadores de dos minutos, con repartidores de propaganda, con gentes llegadas de cualquier provincia para hacer las compras navideñas, ávidas de hacerse fotos con sus smartphones. 
 
Es la Navidad.  Hay quien dice que toda la ilusión de estas fechas es falsa, que habría que pasar de ella, que es humo; pero si al menos somos capaces de ser felices unos breves días, no se habrá perdido todavía la memoria de la felicidad, la capacidad para el amor.

Feliz Navidad a todos.

 

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