domingo, 28 de abril de 2013

FILOSOFÍA DE LA LENTITUD

A la lentitud se la relaciona muchas veces con la pereza y la ociosidad, especialmente cuando se habla de trabajo. La ociosidad es la madre de todos los vicios, dice el famoso refrán, compuesto seguramente por un empresario.
    Sin embargo, hay demasiados testimonios a lo largo de la historia sobre las excelencias de  la ociosidad. En el Génesis, el mito del pecado original nos presenta a Adán y Eva felices y ociosos en el Paraíso. Pero por su desobediencia, Dios les condena a ganar el pan con el sudor de su frente y les expulsa  de allí.
    Jesucristo exhortaba  a sus discípulos a despreocuparse de los cuidados materiales y confiar en la providencia divina: Mirad los pajarillos, no siembran, ni cosechan, ni almacenan en graneros… y sin embargo, el Padre los alimenta.”. De esta manera les invitaba a ocuparse exclusivamente de lo principal, del Reino de Dios.
    Los griegos de la antigüedad despreciaban el trabajo, que era realizado sólo por esclavos. Los hombres libres se dedicaban al ejercicio intelectual y físico. Entre estos hombres libres y ociosos nació la filosofía.
    Decía Platón que la forma superior del ocio era permanecer inmóvil y receptivo al mundo. Y Plutarco maldecía al primer hombre que descubrió la manera de distinguir las horas y destrozar horriblemente los días en fragmentos pequeños. 
    En nuestros días, la mayoría de las personas siguen condenadas bíblicamente al trabajo. El trabajo como sentido de la vida, que impera en muchos países y personas, estimulado por la capacidad adquisitiva que propicia un consumismo exacerbado, es una perversión de la era industrial que se viene prolongando en el tiempo, hasta que algún remoto día las máquinas nos liberen de ese castigo. Ya que no la ociosidad, nos queda el cultivo de la lentitud. Lentitud contra la enajenación que implica una vida basada en la productividad.
    Gratifiquemos nuestras almas con algunos versos consoladores. Escribe Luis Cernuda:  ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?
    Y el leonés  J. A. Llamazares: … es sabido que el tiempo no posee otra grandeza que su propia mansedumbre.
    El cultivo de la lentitud es un camino viejo, bien conocido por sabios y poetas, que conduce a la paz del espíritu. Es el camino también de los pobres que no ambicionan nada y de los pueblos atrasados, pero que poseen lo que de verdad importa: la conciencia clara de existir. Cuando prima la productividad, la vida es una lucha contra el tiempo y lo que importa es realizar el mayor número posible de tareas. Incluso se programan los días de vacaciones con múltiples actividades, como si de batir un record de diversión se tratase. La programación del tiempo se impone así en nuestra vida con la evidencia de los eslabones de la cadena del esclavo, y la rapidez es el paradigma de la acción.  Por el contrario, cuando prima la lentitud, el tiempo se dilata y permite la comunicación profunda con los que tienes al lado, la contemplación del momento existencial, el deleite del acto bien realizado por sí mismo. La autoconciencia nos llega a través del actuar, y ello requiere la contemplación conjunta de actor y acto. Si prima la rapidez, el actor se diluye en beneficio del acto. Es un actor mecanizado, embrutecido, enajenado.
    Afortunadamente, la necesidad de introducir la lentitud en nuestra vida se está despertando en muchos países, y a ello están contribuyendo movimientos como la filosofía “slow”. Se trata de frenar el ritmo productivo y abrir más espacios al enriquecimiento personal y al disfrute de la existencia en sí misma. El movimiento slow evolucionó lentamente (es lo suyo) a partir del movimiento slowfood (comida lenta), originado en Roma en 1986 como oposición a la “fastfood” americana, que amenazaba con arrinconar a la comida italiana tradicional, a base de productos frescos mediterráneos. El movimiento slow aspira a difundirse por todas partes en una comunidad slow global, diversificándose en muchas tendencias, como la citada slowfood, el slowsex o las slow cities,  ciudades adaptadas a una vida tranquila y con pocos habitantes.
    España es uno de los países europeos menos expuesto a los riesgos de la prisa. La costumbre de la siesta, la buena comida, el tapeo y la charla con los amigos son costumbres que hay que conservar como sea. Y no nos olvidemos de los numerosos días de fiesta, que en eso no nos gana nadie. La calidad de vida no consiste en cambiar de coche cada tres años. 

    Terminaremos con algunos aforismos que pueden concretar más el movimiento: 
 
- Que el trabajo no te imponga su ritmo, impón tú un ritmo humano al trabajo.
- Las máquinas dan el máximo rendimiento cuando trabajan a media potencia. 
 - No eludas las grandes preguntas existenciales. La prisa y la productividad no son más que escapatorias.
-Trabaja menos y disfruta más. Renuncia para ello a lo innecesario.
- Saborea la comida con calma, vivir es esencialmente alimentarse.
- Los seres de metabolismo lento viven más años. Sé tortuga mejor que mosquito.
- El exceso de velocidad es malo hasta para el sexo.
- La inactividad es la puerta del conocimiento de uno mismo.
- Si no tienes nada que hacer, disfruta del silencio. En él se escucha al alma.
- Es mejor el ocio que el negocio, que es un mero intermediario.
- Trabaja para vivir, no vivas para trabajar.
- Los primeros relojes fueron los astros, que ignoran los minutos.
- Deja el móvil delante del televisor y allá se las hayan. Tú vete de paseo.
- En vacaciones, no te ates el tiempo a la muñeca. Adivina la hora solar.

 

miércoles, 24 de abril de 2013

LA REALIDAD ES EL SÍMBOLO


Corren tiempos sin Dios. Todo está puesto en duda u olvidado en el rincón de la indolencia. Sin embargo, al menos, se acepta que el símbolo es la realidad. Dios es un símbolo, una idea que alberga toda la potencialidad del espíritu humano. La comunión cristiana, según la doctrina, consiste en recibir a Cristo realmente, en incorporarlo a nuestro ser de la manera más sensible: consumiéndolo. Y si se es fervoroso, o místico, el alma se contagia intensamente, en ese acto, de aquellas cualidades de amor y plenitud propias de la divinidad. Se dice que Dios está entonces realmente dentro de la persona, y pienso que al menos el símbolo, la idea de la divinidad, es lo que habita el interior y consigue despertar el alma. Los sentimientos espirituales se nos han enseñado de niños y adolescentes: ese amor intenso e íntimo, esa admiración y veneración por lo sublime, ese respeto y sumisión a lo poderoso y trascendente. “Dios”, en forma de palabra, está ciertamente dentro del creyente, y sabe elevar su mente y su corazón cuando le invoca.
Que Dios exista o no en sí mismo es otra cuestión, lo importante para algunos, en esta época, es que gracias al símbolo, a la palabra, existe dentro del que le venera. Habrá muchos que tachen esta actitud de inauténtica, al venerar algo en lo que no se cree por el mero hecho de elevarse espiritualmente. Los otros, lúcidamente postmodernos, se conformarán con los frutos del mito, sabiendo como saben, curiosa contradicción, que la verdad no existe.

domingo, 14 de abril de 2013

LA MARCA ESPAÑA

  En medio de las centrífugas tensiones que acosan hoy, otra vez, a la centenaria idea de España, surge como una luz salvadora la idea de “la marca España”. Decía Ortega que a los pueblos españoles nos hace falta una meta común, algo que nos una y nos vertebre para evitar la ancestral tendencia disgregadora de las distintas culturas, sentimientos y caracteres que habitan el suelo patrio común. Supongo que a todos los países les ha pasado lo mismo, que los han consolidado desde fuera algún conquistador  –romanos, visigodos, árabes, como en nuestro caso–, o se han unido desde dentro frente a un enemigo común –la reconquista en España–. Claro que también se puede emprender una gran aventura colonial, como la conquista de América, o un desarrollo industrial y comercial espectacular, como en Alemania o Japón hace ya décadas.
El caso es que España ha pasado de ser un “Imperio donde no se ponía el sol”, durante el siglo XVI y XVII, a ser un país invertebrado, sometido a tensiones fragmentadoras periféricas. Pero he aquí que en medio de la nada, en la incertidumbre de la crisis económica que exacerba aún más las tensiones,  surge de nuevo una idea que encaja oportunamente en lo que priva en nuestros días: el mercado global. España quiere convertirse en una marca y venderse por todo el mundo.
 Sí, porque las marcas ya sabemos de lo que van, de crear una imagen propia y una serie de asociaciones mentales y emocionales que permitan al consumidor apropiarse de una personalidad y categoría determinadas por el hecho de poseerlas. Por supuesto debe existir la calidad, pero ya se sabe el dicho “Cría marca y échate a dormir”, o algo así, porque las marcas crean adicción. Que se lo digan al vaquero de Marlboro. Y es que lo importante de una marca consolidada es la propia marca, el simbolito que la define y que poseyéndolo nos eleva por encima del común de los mortales. Una mujer que se pasea con una bolsa de ARMANI adquiere automáticamente un fulgor especial, una clase y sofisticación que la distinguen y gratifican, aunque la bolsa vaya vacía o lleve dentro una lechuga. Conozco a alguna que suele sacar sus bolsas de marca a pasear cuando se encuentra un poco baja de ánimo.
Pero volviendo a la marca España –en eso queremos convertirnos para salir de la crisis–, habrá que definir muy bien la imagen de marca, su personalidad. Partamos de los productos que va a amparar: agrícola/ganaderos tradicionales revestidos de exquisitez, destinados a paladares cultivados, como es el aceite de oliva virgen, el jamón de bellota, los buenos vinos, los cítricos de calidad; la mano de obra tradicional, como en la postguerra, pero ahora cualificada, universitaria, con algo de idiomas para los que somos todavía algo cerriles; y otra vez el turismo, el sol y las playas, nuestro salvavidas de siempre en momentos difíciles. En fin, casi parece que nada ha cambiado desde nuestros peores tiempos, y habrá que adobar nuestros productos con el carácter alegre y acogedor de nuestra gente, con nuestra rica historia y cultura, e incluso con algunas muestras de nuestra tecnología más reciente, como la alta velocidad y las energías renovables. Tampoco nos olvidemos de nuestro futbol, por Dios. A fin de cuentas, lo importante es una buena mercadotecnia y crear una imagen de marca interesante. Y que el mundo se lo crea.