No obstante, no son los tiempos actuales los que únicamente manejan
el lenguaje a su antojo. También escritores famosos, incluso premios Nobel, han
tirado a veces por la calle de en medio suprimiendo comas, puntos o mayúsculas
en un afán de originalidad o singularidad expresiva. El lenguaje es algo vivo
que cambia con el tiempo, y una cierta anarquía en su empleo es la condición previa
para ensayar nuevas formas, aunque eso no justifica que todo el mundo lo ponga
patas arriba. Porque el lenguaje es cultura, es historia y raíces, y cuando
escribimos estamos dando testimonio de todo ello. Las faltas de ortografía
quiebran esa historia del lenguaje, porque no se trata sólo de registrar la
fonética de cualquier manera, sino de conservar las raíces de los vocablos. No es lo mismo escribir
“imbécil” que “invecil”, aunque suene igual en el habla común, porque el
vocablo deriva del latín “imbecillus” y aunque hay polémica en cuanto a la
etimología exacta, con bastante probabilidad estamos aludiendo al término “bacillum”,
báculo pequeño o bastón, símbolo de la sensatez que aporta la experiencia, la edad. Así, im-becillus
significaría sin báculo, sin sensatez, demasiado joven, ignorante e inexperto.
Naturalmente, no es necesario saber latín para escribir en castellano, pero debería
bastar la sospecha de que el lenguaje no es algo arbitrario para guardarle cierto respeto.
Y luego está la sintaxis, el uso adecuado de las oraciones,
la correcta colocación de las comas, los puntos, etc. Y aquí sí que no hay que remontarse al latín sino a
la lógica más elemental. Porque no es lo mismo escribir “El maestro dice, Jaimito es un ignorante” que
escribir “El maestro, dice Jaimito, es un ignorante”. Un ignorante posiblemente escribiría todo
seguido sin ninguna coma, “El maestro dice Jaimito es un ignorante”, pensando que
como él sabe lo que quiere decir, los demás entenderán su pensamiento sin más. Ejemplos no tan chistosos como éste se pueden leer con frecuencia, teniendo que adivinar el significado de la frase por el contexto.
Pero no es sólo escribir, sino en general expresarse bien incluso
verbalmente, aunque aquí ya entran otros medios expresivos ajenos a la rigidez
del grafismo, como es la entonación, los gestos, las pausas de distinta
duración, la intencionalidad, etc. La comunicación verbal es más rica y puede
permitirse muchas libertades que no toleraría la escritura, porque, en todo caso, las palabras se las lleva el
viento pero lo escrito permanece (verba volant scripta manent).