martes, 26 de noviembre de 2013

EL TONTOMÓVIL

Viajar en el metro madrileño a determinadas horas es un espectáculo deplorable, no por lo concurrido y por tener que compartir el reducido espacio del vagón, en proximidad forzosa, con mucha gente, sino por el fenómeno del tontomóvil. Todos juntos y todos ignorándose, sumidos la mayoría en el uso de su tontomóvil, ajenos a la circunstancia real en que se hayan. Y lo llaman “smartphone”, o sea, “ teléfono listo”, que sin duda lo es por sus prestaciones, pero la realidad es que casi todos lo utilizan como teléfono tonto, como un sustituto de bolsillo de la veterana “caja tonta”, es decir, un artilugio que nos absorbe y nos libera del tener que pensar, de tener que decidir, de tener que interactuar con los presentes en esos momentos que transcurren en tránsito o sin ocupación concreta. Simplemente hay que dejarse llevar por sus entretenimientos, sus mensajerías instantáneas en las que los conocidos encuentran la manera de evadirse intercambiando banalidades, fotos, videos. Bueno, al menos es una manera de socializar, de sentirse en contacto superficial con mucha gente a la manera del cotilleo y la charla intrascendente entre amigos, pero sin el aliciente del contacto directo. No llega ni con mucho a los efectos socializantes del despiojarse mutuo que practican los simios.
 
Nos hemos vueltos demasiado indiferentes hacia los demás, hasta el punto de estar dos personas frente a frente y cada una evadida en el mundillo oculto de su cajita. ¿Tan poco hemos llegado a valer y significar las personas? Quizás somos demasiados en algunas partes, o demasiado iguales, o demasiado vacíos ya para despertar el interés mutuo. Que un grupo de jóvenes se reúnan para estar cada uno mirando su tontomóvil es un síntoma grave. Que una pareja haga lo mismo cuando están juntos, también; que se hagan una foto con el brazo estirado mientras se dan un beso, para enviársela inmediatamente a los amigos, raya ya la idiotez. Y que se vea, como yo he visto, a alguien corriendo por el campo, perfectamente equipado para esa actividad deportiva, haciéndose foto tras foto sin dejar de correr para enviarlas también a sus conocidos con el mensaje de “estoy corriendo” o algo parecido, ya implica la idiocia completa. Y es que lo importante parece ser no ya lo que se hace, sino lo que se hace público entre los amigos. El placer del acto se ha sustituido por el placer de la exhibición, como si existir consistiera exclusivamente en ser visto. El sujeto ha desaparecido y se ha convertido en objeto.
 
Tan adictivo puede llegar a ser el aparatito, que su pérdida o no disponibilidad ocasional produce angustia e inseguridad. Estar desconectado del mundillo virtual de relaciones no se puede soportar, y el tontomóvil acompaña al adicto en todos los instantes del día, incluso por la noche, debajo de la almohada. Existe un síntoma que avisa de la gravedad de la adición, y son las llamadas fantasma. Cuando se lleva cierto tiempo sin recibir ninguna llamada o aviso de mensaje, se oye el tono a pesar de no haber sido llamados. Los males que conlleva la adicción son un aislamiento de la realidad, una desconexión del espacio físico y de las personas que te rodean. Un autismo electrónico, a fin de cuentas.
 
Y lo peor es que España lidera el ranking de proporción de tontomóviles en Europa. Será que somos los más comunicativos… o los más tontos.