martes, 31 de diciembre de 2013

LA BOLA DEL AÑO NUEVO


Es tradición española de poco más de un siglo la celebración del Año Nuevo comiendo las doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol. Previamente al comienzo de las campanadas, la bola dorada ubicada en el templete del reloj desciende lentamente y luego comienzan las señales de los cuartos y las doce campanadas propiamente dichas. El descenso de la bola es pues el aviso de que el Año Viejo está a punto de extinguirse. El acontecimiento es bastante simbólico aunque nadie haya pretendido dotarle de ese significado: la bola, el mundo, desciende y se quita de en medio para que surja el mundo nuevo que se anuncia con campanadas. Ese sentido tiene la famosa celebración del Fin de Año neoyorquino en la plaza de Times Square, donde una gran bola de cristal multicolor de cinco toneladas desciende desde una torre de veintitrés metros.
Sin embargo, la bola de la Puerta del Sol cumplía una función originaria del siglo XIX, que era la de servir como referencia de sincronización visual de todos los relojes de la villa. La bola ascendía cinco minutos antes del mediodía, y a las doce en punto comenzaba a bajar. Esta función era común en todos los relojes principales de la época, como el del observatorio de Greenwich, unas décadas anterior al de la Puerta del Sol. Se les llamaba “bolas horarias” o “time balls”.

Tanto el uso de la bola horaria de la Puerta del Sol como la toma de las doce uvas como rituales de cambio de año son tradiciones recientes, de origen casual pero que han cobrado arraigo, sin duda por su carga simbólica inconsciente. Las uvas no pueden ocultar su simbolismo pagano, dionisíaco, generadoras del vino que transporta al éxtasis. 

Éxtasis por liberarse de un año cargado de pesares que ya se van a dejar atrás. Éxtasis por empezar un año nuevo, limpio, cargado de promesas y de ilusión. Morir para renacer renovado, ese parece ser el significado de la celebración.

La bola de la Puerta del Sol y la de Times Square, por muy doradas y multicolores que sean, por muy festivas e ilusionantes, ¿no serán simplemente “bolas”, engaños de la fantasía para ir tirando sin desfallecer? Claro que a lo mejor hay suerte.

¡Feliz Año Nuevo!

lunes, 30 de diciembre de 2013

LA MÚSICA DEL LENGUAJE

La escritura convierte en imagen el sonido de las palabras. Pero el origen de la expresión evolucionada está en el lenguaje oral. Pensamos con lenguaje silenciado, y eso simplemente por hacerlo en privado o porque no se conozcan nuestras intenciones; también porque así pensamos más rápido. Junto a las ideas, el sonido despierta emociones, y las emociones son el alma de la literatura. Aunque leamos con habla silenciada, las emociones asociadas a la sonoridad de las palabras y las frases llegan a nuestra mente por arte y magia de la estructura de nuestro sistema nervioso. Antiguamente se leía en voz alta, como hacen los niños que aprenden a leer, estableciendo una conexión profunda y personal con el autor, como si nos estuviera hablando. Más tarde, y por los mismos motivos que la manera de pensar, la lectura se volvió subvocalizada, silenciosa. Sólo la poesía, a veces, se lee en voz alta para extraer más vivamente las emociones que suscita.

En el mundo actual, sumergido en montañas de información que hay que asimilar, se ha impuesto la lectura rápida, consistente en interpretar las palabras sólo por su imagen escrita, como si no existiera su sonido, como si se tratara de un lenguaje de signos. Más aún, la prisa por extraer la información contenida en un texto nos hace prescindir de palabras secundarias como los artículos, preposiciones, adjetivos, e incluso de oraciones enteras que podemos considerar “paja”, para ir directos al“grano” del contenido. Y así, se desliza la vista por el texto de manera panorámica para captar esa esencia del contenido. Quizás ha llegado el momento de generalizar un lenguaje escrito de tipo taquigráfico, cosa que ya se apunta en las redes sociales y mensajerías de texto

Pero para disfrutar con plenitud del lenguaje escrito, siempre nos quedará la literatura. No sólo se crea arte con un buen argumento, con un estilo atractivo, con un ritmo de ideas que llene de armonía un relato o con una manera de exponer que provoque efectos sicológicos diversos en el lector, como la sorpresa, la reflexión o la participación en el relato. También se hace arte y se materializa lo anterior con una sabia elección fonética de las palabras, con el empleo de una sintaxis que construya melodías en base a sonoridades y pausas. La prosa tiene también su ritmo, su musicalidad, lo mismo que la poesía. Quizás se piense que eso es accesorio, artificial, que las emociones que despierta son gratuitas, pero si se ponen al servicio de la idea, de la narración, se convierten en arte. Y así podemos hablar de textos lentos o ágiles, ligeros o plomizos, alegres o melancólicos, etc.

La riqueza de expresión no debería sacrificarse al uso de una sintaxis demasiado estricta, sino que ésta debe dejar libertad para crear el ritmo de la prosa. Por eso, su papel debería limitarse al uso de unas reglas breves de interconexión de palabras y frases que hagan el conjunto inteligible, sin ambigüedades ni dudas, que permitan una lectura fluida y comprensible del texto sin tener que hacer relecturas e interpretaciones de sentido. No se puede ignorar, sin embargo, que las personas tienen distinto poder de captación de contenidos, y el número de palabras relacionadas que una persona retiene de una vez, sin necesidad de pausas, es variable. Hay escritores que usan frases muy cortas, como Azorín, y otros que las usan muy extensas, de varias líneas incluso, como Proust; algunos que hilvanan párrafos inmensos, de varias páginas, y otros que los utilizan de una sola oración. A fin de cuentas, eso pertenece al estilo del autor y al ritmo del texto. Para terminar con esto, no podemos olvidar que la sintaxis es cambiante a lo largo de los tiempos y que a veces se emplea de manera caprichosa y personal por algunos grandes autores. Otros, menos grandes, la usan deliberadamente para crear cierto grado de oscuridad y dificultad de entendimiento que hacen parecer sus textos más profundos.

Pero volviendo a la musicalidad del lenguaje, para terminar, su uso suele ser intuitivo, asociado al estilo personal, que busca una mayor o menor cadencia en cada texto o pasaje. Aunque puede hacerse consciente, manejarse con intención de varias maneras, ajustando los pies acentuales de las palabras en la frase o las alternancias entre frases cortas y largas, por ejemplo. Baste como muestra este ejercicio de prosificación de un poema de Vicente Martín, que subyuga con su melodía:

Cayó ahora la tarde, era otoño tan sólo hace un momento y no hay noches de otoño, sólo tardes, nostalgias de la tarde sobre estrellas como gotas de cristal. La taza de café, que ya no humea, se enfría al mismo ritmo con que avanzan el vacío y la tibieza. Detrás de mi ventana, sólo un órgano invisible destila un miserere. Y mientras tanto, aunque sé que tengo un llanto por llorar, beberé de esta suerte que aún me queda de otoños regalados, tomaré el incienso que se inmola cada día, como ofrenda, en el ara del ocaso.

jueves, 19 de diciembre de 2013

LA LOTERÍA DE NAVIDAD

Navidad, Navidad madrileña, las aceras cubiertas de hojas del otoño tardío, algunas verdes aún, perezosas en morir, desprendidas por el viento frío del invierno recién llegado. Las calles, inundadas por el rio de ojos deslumbrantes de los coches, jalonadas en lo alto por lienzos suspendidos de luces de colores, de racimos de uva rojos y dorados. Oh, oh, brillan y destellan las gigantes geometrías de cristal de nieve que cubren las fachadas del Corte Inglés, y más aún, hechiza con su magia ese árbol inmenso de oro luminoso que se alza en el centro de la Puerta del Sol, igualando en altura al famoso reloj de las doce campanadas. ¡Qué esplendor ese árbol deslumbrante, cubierto de bombos de lotería en su superficie! Sí, son bombos de lotería y no esferas terráqueas como la que corona la cúspide del árbol. Bombos de lotería que invocan a la suerte. La Navidad es una invocación a la esperanza, a la ilusión de que todo puede ser mejor, de que nos puede tocar la lotería de la vida y no sólo la del día 22. En la del día 22 confían ciegamente muchos que ignoran el cálculo de probabilidades, y hacen largas colas ilusionadas ante la administración de la prestigiada Doña Manolita. En la otra, quién sabe cuántos ni dónde hacen interminables colas. 

Por unos días, el mundo se para, se libera de su carga y las personas vuelven a ser plenamente humanas, aptas para la felicidad y el amor. Es como si lo verdadero hubiese estado escondido, sojuzgado, impedido. Y entonces resurge la fantasía y pensamos que es posible la felicidad  durante el resto del año. Luego llega el sorteo y no toca, se muestra el feo rostro de la realidad, de las confrontaciones, de los egoísmos y los problemas. Pero antes es Navidad, sólo Navidad, es el nacimiento del hombre en su auténtica dimensión, pleno de entusiasmo. 

Los mendigos de la Calle de Preciados acentúan estos días sus papeles tan bien ensayados, como “el postrado”, con la cabeza en el suelo escondida entre los brazos y sollozando continuamente, el eco de su llanto surgiendo lastimero del hueco de su cuerpo humillado; o “el manco”, manco total, desde la raíz de sus brazos en los hombros, que agita fuertemente un vaso sujeto con la boca y con algunas monedas dentro a la manera de sonajero. Lo agita con exigencia, con orgullo, con energía que no cesa mientras grita sonidos ininteligibles, quejidos angustiosos de impotencia, toda su voluntad puesta en los poderosos músculos de su cuello, como otros la ponen en la fuerza de sus brazos. También los mendigos están preñados de esperanza y actividad en estos días, confiando en una generosa recaudación. El caudal de personas que fluye por las arterias peatonales se entrevera con encuestadores de dos minutos, con repartidores de propaganda, con gentes llegadas de cualquier provincia para hacer las compras navideñas, ávidas de hacerse fotos con sus smartphones. 
 
Es la Navidad.  Hay quien dice que toda la ilusión de estas fechas es falsa, que habría que pasar de ella, que es humo; pero si al menos somos capaces de ser felices unos breves días, no se habrá perdido todavía la memoria de la felicidad, la capacidad para el amor.

Feliz Navidad a todos.