Sirva lo anterior de background, probablemente innecesario,
para situar el hecho de que un equipo de científicos de la Universidad de Nueva
York acaba de sintetizar en laboratorio
un cromosoma eucariótico perteneciente a un hongo, la levadura de cerveza, tan
familiar para los científicos y los amantes del dorado líquido. Ya se había
conseguido en 2010 sintetizar ADN de una bacteria, pero el hecho de que todos
los animales (hombres incluidos) y plantas compartan el mismo tipo de célula compleja
o eucariota reviste a este hallazgo actual
de una importancia trascendente. El siguiente paso se anuncia como la
reconstrucción de los 16 cromosomas de la levadura (los humanos tenemos 23 y
compartimos con la levadura un 12% de material genético). Con ello se habría
dado el alucinante paso de crear un organismo viviente complejo.
Ya hace décadas que se empezó a meter la mano en la
estructura de la vida, con gran utilidad práctica y no sin pocas críticas de índole
biológica y ética: los alimentos transgénicos, la clonación, las células
madres, etc. Pero hasta ahora la cosa se limitaba a modificar la naturaleza o a
hacerla reproducirse artificialmente. Ahora se abre el camino para crearla
directamente en laboratorio. Y muchos se preguntan, invadidos por el pánico y
temiendo la ira de los dioses: ¿Hasta dónde vamos a llegar? Que no teman, el
camino de la creación artificial de la vida es demasiado largo y de momento no
pasaremos de algunas aplicaciones prácticas interesantes como la fabricación de
fármacos, alimentos o biocombustibles. Pero el camino está abierto y uno se
plantea cuántos milenios harán falta para llegar donde llegó la Madre
Naturaleza por sí misma, dando palos de ciego. Ahora ya no se darán palos de
ciego y el camino será más breve y menos azaroso. Y después de todo, si la
naturaleza lo hizo a ciegas, ¿por qué no habría de hacerlo el hombre, que es
también parte de la naturaleza, y además naturaleza consciente?
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