En fin, no da mucho más
de sí el fenómeno tontorrón del selfie. Me parece un síntoma claro de la vida real bastante solitaria que
lleva mucha gente y del paliativo superficial que suponen las redes sociales.
Son los tiempos que corren. La pregunta del diez es si el selfie no lo estarán promocionando últimamente los fabricantes de smartphones para vender nuevos modelos con cámara frontal de alta resolución.
sábado, 17 de mayo de 2014
SELFIES
Desde que se inventó la fotografía, el fotógrafo, que es por
esencia solitario en el ejercicio de su arte, como el escritor, ha sucumbido a veces a la tentación de hacerse un
autorretrato rápido. Debía usar un trípode y enfocar previamente el área donde iba a
colocar su rostro. La llegada de las cámaras modernas compactas facilitó mucho
la tarea, pues bastaba con alargar el brazo y disparar apuntándose a uno mismo, aunque en
ocasiones el centrado de la imagen no fuera demasiado bueno. Finalmente, la
aparición de los smartphones con objetivo adicional frontal ha permitido verse
en la pantalla antes de disparar, de manera que la foto puede salir a nuestro
gusto y de manera rápida. Es evidente que si el retrato nos lo hace otra
persona con una buena cámara, los resultados son mejores ya que puede realizarse
a mayor distancia, jugando con la distancia focal, la profundidad de campo y el
fondo de la imagen. Pero el autorretrato fotográfico, autofoto, selfie o como
quiera llamarse según los caprichos de la moda, que pretende introducir algo
nuevo cambiando el nombre a lo que ha existido siempre, es algo personal, improvisado,
impulsivo. Su popularidad se ha fraguado al calor de las redes sociales, donde
prolifera esa banalidad de asomar el rostro en diversas situaciones para hacer
ver a los demás que existimos. Es lo malo de las relaciones virtuales, que si
no damos continuas señales de existencia se nos puede creer fuera de juego, desaparecidos
en combate. Luego está la simpleza de pretender que con una foto tomada en un
momento feliz todo el mundo va a imaginar que llevamos una vida triunfante.
Claro, como no nos conocen en persona, el engaño está servido y el selfie se
convierte en una imagen falsa de nuestra vida real. También sirve el selfie, todo
hay que decirlo, para divertirse uno mismo en ese ejercicio narcisista de poner
caritas y hacer muecas, que antiguamente hacían los adolescentes ante el
photomatón, cambiando el gesto en cada foto de la tira.
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