El caso es que se avecina una nueva etapa en la que habrá
que afrontar el acoso de las tendencias separatistas periféricas, tejer una
reforma de la Constitución que impida la disolución del país y hacer frente a
la crisis generalizada de las instituciones, motivada por la corrupción, el
descrédito de la clase política y su desconexión de los ciudadanos. Ha sido
sintomático el éxito logrado en las elecciones europeas por el partido “Podemos”,
heredero del movimiento del 15-M, que a pesar de sus propuestas utópicas, ha calado
profundamente en una parte sustancial de la población. También ha ayudado, cómo
no decirlo, el carisma personal de su dirigente, Pablo Iglesias, que parece ya
predestinado por nombre desde la pila bautismal (si hizo uso de ella) para liderar
una izquierda capaz de generar ilusión.
El problema es que la tarea a realizar es ya demasiada para
el viejo Rey, que probablemente anhela no manchar su reinado con un final desastroso
que acabe tumbando definitivamente la monarquía española. Y le ha soltado el
marrón a su sucesor, ya entradito en primaveras y que probablemente estará
deseando coger las riendas del casi simbólico poder para intentar salvar al
país, y a la monarquía, de la amenaza del inmediato futuro. El momento es el oportuno,
ya que está cerca la batalla política separatista catalana definitiva y hay que dejar al
sucesor en su puesto antes del verano para que vaya trabajando, a la vez que el
veterano Rey se va a disfrutar de unas merecidas vacaciones. Hay un paralelismo
claro con la renuncia del Papa, abrumado y sin las fuerzas suficientes para
luchar contra la corrupción vaticana y los escándalos de la curia. Y eso que el
Papa contaba con la ayuda de Dios para resolver sus problemas, así que al Rey,
que últimamente está demasiado solo, se le disculpa con mayor motivo. Aunque al
final, como a Suarez, se le reconoce el mérito de haber conducido al país a la
democracia sin más enfrentamientos civiles.
Váyase pues de vacaciones, Majestad, que en todo caso, como
el viejo Papa, seguirá cohabitando con el nuevo Rey y le echará una mano si
fuera menester. Y además, ahí está también la nueva Reina, cuyo papel en la sombra
está por ver y que, si se le pasa la tontería estética, pudiera dar un buen
juego. Será curioso contemplar cómo se van definiendo los perfiles de ambos.
Nunca se sabe de antemano cómo evolucionan las personas al cambiar las
circunstancias. De momento, el nuevo Rey nos sigue pareciendo el Felipe que
hemos conocido desde que era niño, al que le faltaba siempre medio hervor, aunque ahora use barba
entrecana y haya endurecido algo el gesto. Lo que no se le podrá negar es
apariencia, lo mismo que a Leticia, y dicen que además buena preparación. Pero
le hará falta algo más para lidiar este toro que le ha caído en suerte. Que la
tenga buena.
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