jueves, 27 de noviembre de 2014

QUEREMOS... Y NO “PODEMOS”

De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, se dice. Pero es bonito caminar mientras se mantiene la ilusión, porque sin ilusiones es muy dura la existencia. Cuando la clase política padece una diarrea severa que contamina todo lo que toca, se necesita un soplo de aire fresco que oree el ambiente. La clase política, la casta que llaman los recién llegados “we can”, está inmersa y obnubilada en su propia supervivencia, encerrada en su alcoba maloliente y ajena al mundo de la calle.

Hay que atajar la infección, todo el mundo está de acuerdo, pero no es fácil cuando el mal se ha hecho crónico. Y no bastan las buenas intenciones, el posibilismo ingenuo de los recién salidos de la facultad que estrenan bata blanca. Hay también mucha ambición en esos jovenzuelos dispuestos a cambiar ciegamente lo que haga falta, incluso sus propios planteamientos, para erigirse en jefes de clínica. Tampoco ellos están libres de virus, pues han crecido en un ambiente contaminado. Pero se les puede perdonar, porque si hay una cura del mal, tendrá que provenir de ellos, o de sus buenas intenciones.

No es fácil sanear las instituciones de un país cuando el cáncer de la corrupción se ha extendido por todas partes. Políticos, jueces, banqueros, empresarios, religiosos,  sindicalistas y otros más, han sido alcanzados en cierta proporción por la metástasis.

La duda es si basta querer para poder, porque no hay cura todavía para este ébola que es ya una epidemia. Ni siquiera, de momento, hay vacuna.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

LIBROS QUE "ENGANCHAN"


Es bastante corriente afirmar hoy, como expresión de valor,  que un libro te “engancha”. Y se supone que te engancha y no te suelta desde el principio al final, obligándote a leerlo de un tirón si tienes tiempo para hacerlo. La expresión es un síntoma de la cultura que nos invade, la del entretenimiento, la dispersión  y la superficialidad, como analiza Vargas Llosa en su último libro “La civilización del espectáculo”. Hay tantos requerimientos para nuestra atención que si algo no nos “engancha” enseguida, lo abandonamos, ya que nos acosa la inquietud de que nos estamos perdiendo otras muchas cosas. Por eso, un libro que engancha debe hacerlo sobre todo en las primeras frases, a la manera del anzuelo que se clava en la boca del pez atraído por el cebo. Así que todo novelista actual con pretensiones de triunfar se esfuerza por perpetrar un arranque impactante; eso es lo que se lee en las librerías cuando se  ojea un libro. Pero para que el libro siga enganchando, su acción no debe decaer, debe envolverte en su dinámica sin permitir evadirte ni reflexionar; debe convertirte en un espectador pasivo. Por ahí van los Best Sellers, la delicia de la literatura de evasión para el gran público de nuestros días. Importa más la capacidad de distracción que la calidad, al menos para decantar un volumen generoso de ventas.

¿Quién tiene hoy la paciencia de sentarse cómodamente a leer una obra de calidad esperando encontrar en ella planteamientos y visiones del mundo que aporten un enriquecimiento a la propia existencia? Muy pocos. Hoy no se quiere saber nada porque se cree que no hay nada que saber. Se trata simplemente de disfrutar el tiempo presente de la misma manera que se consume un dulce o una copa. Se trata de entretenerse, no de crecer.

Hay algo, sin embargo, que llama la atención en la novela actual, algo aparentemente contradictorio con esta cultura del entretenimiento. Son las técnicas narrativas que alteran y dificultan el seguimiento cómodo del relato. Se trata de la fragmentación y recomposición de la línea temporal, de la aparición de diferentes narradores o puntos de vista, de la mezcla de relatos que pueden confluir o no en algún punto, etc. Todo ello, salvo un empleo inteligente de los recursos, que se da pocas veces, contribuye a hacer la lectura engorrosa, a desorientar al lector, a obligarle a releer o tener una memoria de elefante, a completar en suma un puzle tanto más difícil cuanto más se ha espaciado la lectura. De esta manera se logra dar una sensación de complejidad y enjundia a relatos que muchas veces son insulsos, pero que al menos proporcionan al lector la oportunidad de distraerse intentando recomponer la historia y sentirse satisfecho de sí mismo cuando lo logra. Seguimos pues en la cultura del juego, del entretenimiento.

En cuanto a los contenidos, la actual literatura de usar y tirar sigue las mismas veleidades comerciales que la ropa, es decir, que se vuelven a poner de moda modelos que hacía tiempo no se cultivaban, como la novela policiaca, la romántica, la negra o la pornográfica, sin que añadan nada nuevo ni lleguen nunca a los niveles de calidad alcanzados en otras épocas. Afortunadamente para las editoriales, la población se renueva y toma como nuevo lo que ya tiene más años que el tebeo.

Libros que enganchan, pero sólo un momento, lo que dura su lectura, y después se olvidan; no como las obras que se incorporan a nuestro equipaje cultural  y permanecen siempre vivas en la memoria.

lunes, 3 de noviembre de 2014

¿REQUIEM POR EL LIBRO?

Al principio fueron las “tablillas de arcilla” los soportes de la escritura. En el inmediato futuro lo serán las “tablets”. Principio y final va de tabletas, analógicas primero y ahora digitales. La diferencia substancial es la cantidad de escritura contenida en el soporte, además de otros usos alucinantes de las últimas, tales que un acceso ilimitado a la información mundial o la capacidad de hacer y enviar fotos y videos a cualquier parte. Pero centrémonos en la escritura y contemplemos por un instante la evolución de sus soportes a lo largo de los tiempos. Pronto aparecieron los rollos de papiro, que permitían leer un texto desenrollándolos progresivamente. Aunque un poco incómodos de leer si no se apoyaban sobre una mesa, permitían marcar posiciones de lectura introduciendo un pequeño trozo de papiro en un borde del rollo. Luego llegaron los pergaminos, de piel fina, y con ellos el auge de los “libros” en su acepción común, compuestos por un conjunto de pliegos cosidos que había que ir pasando para progresar en el texto. También en ellos se podían dejar marcas de lectura como en los rollos de papiro, e igualmente que en ellos, hacer anotaciones en los márgenes del texto. Lo siguiente sería ya más de lo mismo, el reinado permanente del libro usando papel en vez de piel e imprenta en lugar de escritura manuscrita.

En la era digital, la pantalla electrónica ha substituido al papel en multitud de usos, y también, cómo no, en gran parte de los textos literarios. Para ellos, se concibió específicamente el lector electrónico, que permite almacenar cientos de libros digitales en un dispositivo pequeño y ligero. El “e-Reader “ se popularizó rápidamente en los últimos años, y ahora empieza a decaer cediendo su terreno a las “tablets”, más versátiles, en las que la función de e-Reader es sólo un complemento más. Permiten la visualización en color como ventaja, y como inconveniente una lectura más cansada que la de la “tinta electrónica” de los e-Reader. El que la tablet vaya ganando la batalla es una muestra más de la deriva de los lectores hacia la lectura breve, en tiempos perdidos, a menudo interrumpida por otras solicitaciones de las comunicaciones multimedia. Y a no ser que se dote pronto al e-Reader de otras funciones complementarias como el acceso a internet, pantalla en color, interactividad, etc., estaremos asistiendo a su muerte. Ya es difícil encontrarlos en los comercios, mientras que proliferan las tabletas, cada vez más pequeñas y manejables.

Pero ¿y qué pasa con el libro tradicional? Pues que sigue bajando su venta a favor del ebook, más barato y fácilmente pirateable. Hoy el 80% de los lectores descargan gratis los ebooks, bien porque son gratuitos en origen o porque los piratean. Empieza a producirse en el mercado del libro una revolución comercial que se inició con la música: la destrucción del mercado de las editoras, que han disfrutado siempre de pingües beneficios y explotado a los autores, los verdaderos productores de literatura.

Los autores que se autoeditan digitalmente son ya una marea imparable y las plataformas de comercialización de libros digitales admiten unos precios de venta ínfimos. Tantas ventajas han generado un exceso de oferta que hace casi imposible para un autor abrirse paso hacia el lector. En la cadena digital falla la promoción, siendo poco eficaz la llevada a cabo directamente por el autor en redes sociales y otras plataformas gratuitas de lectura crítica. Empiezan a verse intentos de establecer concursos y premios por parte de las plataformas de edición, pero son muy poco profesionales. Hoy por hoy, la demanda de libros digitales se centra sobre todo en los gratuitos. Es una llamada que no debería desoírse: la exigencia del acceso gratuito a la cultura. En ese sentido, empiezan a desarrollarse bibliotecas virtuales que pueden ser accedidas online, siendo un servicio municipal gratuito más, como las bibliotecas convencionales. Los libros de texto acabarán siendo substituidos por libros digitales, terminando con la época de las pesadas mochilas de los escolares y el escandaloso negocio de las editoriales en este sector. Las grandes enciclopedias como la británica, que ya lo hace, no se editarán en papel, y semanarios tradicionales como el Newsweek, de formato tan cómodo, salen ya sólo en digital. En cuanto a los periódicos, hay augures que profetizan su desaparición en papel para dentro de un par de décadas a más tardar, existiendo ya ediciones digitales gratuitas de los más importantes.  

La publicación tradicional ha resultado apresada por sus costes de producción y comercialización frente a lo digital, haciéndola inviable, a pesar de que las editoriales tradicionales se esfuerzan por mantener en el mercado digital unos precios altos paro no perjudicar demasiado al libro en papel.

Con este panorama hacia el futuro, ¿qué porvenir le espera al libro tradicional? Quizás tenga una muerte lenta, muy lenta, como la han tenido todos los soportes analógicos anteriores. Nadie publica hoy en tablillas de arcilla ni en rollos de papiro, aunque se conserven algunos en los museos. Los románticos del libro en papel defienden su valor como objeto que se puede tocar, oler incluso, regalar envuelto en bonito papel de colores. Como todo objeto, uno se puede sentir su propietario y amarlo en la medida de su valor literario enriquecido por unas cubiertas y un papel de lujo; lo puede convertir en un fetiche, en suma, pero la esencia, la razón de existencia del libro es su contenido. No se puede olvidar que más romantica que el libro era la carta manuscrita, y ha desaparecido de nuestras vidas substituida por el correo electronico y las diversas aplicaciones de mensajería, sin que la echemos de menos.

Y hablando de muertes, conviene relacionarlas con el contenido de los libros. Es evidente que publicaciones en papel como los libros de texto, las grandes enciclopedias y los diarios tienen los años contados, ya que los contenidos multimedia de las publicaciones digitales serán incorporados a ellos, permitiendo disponer de videos, fotos abundantes e incluso grabaciones sonoras, además de hipertextos e interactividad.  La incógnita que nos ocupa es el destino de la obra literaria, materializada exclusivamente en escritura. Aquí es donde se librará la batalla entre lo analógico y lo digital, en la que el precio de los libros será un factor decisivo. Por supuesto que el libro en papel puede adaptar considerablemente los costes, como ya se hace en las ediciones de bolsillo y se hizo en épocas anteriores de manera más drástica, comercializando libros al precio de un café, sin portada y en papel periódico. Claro que degradado el libro fetiche a estas ediciones baratas, se apreciará en él sólo el contenido, como en la edición digital.

El libro en papel no desaparecerá, como no desaparecerán las grandes bibliotecas nacionales cuya misión esencial es conservar todo lo que se ha publicado, y como no hubiera desaparecido la antigua Biblioteca de Alejandría, que albergaba  más de setecientos mil rollos de papiro y pergamino, de no haberla destruido los azares de la Historia.  Pero los nuevos libros irán cambiando de soporte progresivamente, de la misma manera que van cambiando los hábitos de lectura de la gente. Hábitos que pueden ser criticados como puede ser criticada la sociedad actual, centrada en el pasatiempo, lo banal, la dispersión.  El libro tradicional apunta a una época en que se practicaba la lectura sosegada y profunda, la meditación en el mundo narrado, el ejercicio de la imaginación en suma. De todo ello queda un público devoto todavía que esperemos que nunca desaparezca.