viernes, 20 de marzo de 2015

LA TUMBA DE CERVANTES

Parece que la alcaldesa Botella, antes de su cercana despedida (ya era hora) pretende inaugurar (Dios no lo quiera) un monumento o urna con los restos de Cervantes en la madrileña Iglesia del convento de las Trinitarias, donde consta documentalmente que fue enterrado el insigne escritor. Pero el hecho es que la actual iglesia no es la antigua donde fue enterrado Cervantes, sino que se construyó otra nueva en el mismo lugar. Además, los restos estuvieron en paradero desconocido en el convento durante cien años, junto con otros muchos, debido al desalojo de los enterramientos de la cripta, que fueron confiados a las monjas. Probablemente sufrieron traslados interiores y reducciones a lo largo de los años, si es que algunos no se perdieron. Una vez construida la nueva iglesia, se depositaron en su cripta los restos de la primitiva, ubicando los más antiguos, entre ellos posiblemente los de Cervantes y su mujer, en el subsuelo, formando un pequeño osario común de al menos diecisiete esqueletos. En diferentes ocasiones, se intentaron localizar los restos del escritor sin éxito, hasta hoy que se han llevado a cabo los trabajos arqueológicos y antropológicos más completos y avanzados. Pero no hay certeza de nada, ya que los huesos están muy deteriorados y es muy difícil hacer pruebas de ADN que permitan aislar un conjunto de huesos pertenecientes a un mismo esqueleto. Además, el único familiar cuyo enterramiento consta es su hermana, formando parte también sus restos de un gran osario común en Alcalá de Henares, dificultando aún más una necesaria comparación. Así que la única certeza es la documental, la de su enterramiento en la antigua iglesia del convento de las Trinitarias, hoy desaparecida.

Pero es que la misma suerte han corrido sus ilustres coetáneos del siglo de Oro, Lope de Vega, Quevedo y Calderón. Sus restos sufrieron múltiples peripecias y traslados, destrucciones e incendios en la Guerra Civil, acabando en osarios mezclados con otros restos y no siendo posible identificar más que unos pocos huesos en el mejor de los casos.

No cabe duda de que levantar una tumba al Príncipe de los Ingenios hubiese sido un orgullo para nosotros y motivo de visita por los visitantes de cualquier país, como lo es la tumba de William Shakespeare en la Holy Trinity Church de Stratford-upon-Avon, quien por cierto fue enterrado apenas un mes después que Cervantes. Pero ya se sabe que los ingleses son mucho más cuidadosos con su historia y su legado. A nosotros nos puede el abandono, la incultura y el afán destructivo, aunque luego se nos despierte el orgullo y queramos levantar monumentos a lo que ya se ha perdido.  

Que se vaya ya la alcaldesa, que se aplace cualquier intento de inaugurar urnas y monumentos hasta que, si fuera posible, a costa de mucho dinero, se puedan identificar fehacientemente los huesos del escritor. Y siempre nos quedará el sinsabor de que se ha perdido definitivamente el lugar exacto donde fue enterrado. Shakespeare sí ha permanecido en su sitio, e incluso dejó en su epitafio una advertencia:

 
Buen amigo, por Jesús, abstente
de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras
y maldito el que remueva mis huesos.

 
Hay muchos que se quejan aquí, en efecto, de andar removiendo los restos de Cervantes, pero lo cierto es que ya los removió hasta la saciedad nuestra azarosa historia. Ahora se trataría simplemente de identificarlos.

martes, 17 de marzo de 2015

LA ECUACIÓN PERVERSA DEL MERCADO

Cuando la literatura  era cosa de unos cuantos autores, hace apenas algo más de un siglo, la orientación comercial de los géneros era clara. Había folletines destinados al gran público, en ediciones baratas o por entregas, y obras de calidad literaria destinadas a una minoría más culta. No existían  por entonces estrategias agresivas de marketing ni campañas mediáticas que manipularan los gustos y demandas de los lectores, y lo que se compraba estaba a la vista y era conocido a través de otros lectores. Hoy existen cientos de miles de escritores y resulta imposible elegir a alguno si no lo destacan los medios de publicidad.
En nuestra época, la mercadotecnia invade todos los espacios mediáticos creando tendencias y definiendo lo que hay que comprar. La literatura se inscribe en el mundo de los artículos de ocio y consumo, haciendo que forme parte de todas esas cosas que hay que poseer para estar al día y poder relacionarte con los demás.
Al ser el marketing un instrumento de la empresa, en este caso de la empresa editorial, es claro que está orientado a fomentar el mayor negocio posible de la misma. Este origen corrupto de la publicidad, en todos sus usos, la aleja de las virtudes del consejo o de la evaluación crítica. Una buena campaña publicitaria vende, al margen de la calidad del producto. Es el efecto placebo: si creemos que algo cura, nos hará un poco de bien por contagio sicológico. Si nos insisten desde los medios que un autor o una novela ha ganado no sé cuántos premios, ¿quién se atreve a llevar la contraria a los jurados y críticos expertos? Acabaremos pensando que somos nosotros los que no entendemos de literatura y nos esforzaremos, a fuerza de relecturas, en tratar de extraer algún jugo del bodrio en cuestión.
Igual pasa con las nuevas tecnologías. Las empresas necesitan crear nuevas necesidades en los consumidores para seguir manteniendo un ritmo alto de producción y beneficio. Es preciso renovar los usos de comunicación, añadir nuevas prestaciones a los aparatos, aunque sean innecesarias, potenciar lo lúdico. Y lo malo es que si persistimos en nuestros antiguos aparatos, suficientes para nuestras necesidades, contemplaremos cómo ya no soportan las nuevas aplicaciones ni nadie los repara cuando se estropean. A eso se le llama obsolescencia, algo tan viejo como la industria misma, aunque antiguamente se limitaba a programar una vida útil de los aparatos, como las bombillas, al cabo de la cual se fundían y había que poner otras iguales, aunque podrían haber durado decenas de años más. Ahora la obsolescencia es más sutil y más rápida, ya que es por lanzamiento de nuevos productos y por la presión comercial al consumidor para estar a la última.
Pero lo malo de todas estas técnicas de mercado es que, sin pretenderlo directamente, van condicionando los usos de la gente según una ecuación perversa: lo primario, lo inmediato, lo instintivo, es lo común a la mayor parte de la gente, y hacia ese objetivo irá enfocado el marketing, construyendo un medio cultural y de consumo empobrecido, banal, en el que las posibilidades de crecer personal y culturalmente se van esfumando.
En una época como la actual, donde las ideologías y las creencias han sido substituidas por el entretenimiento, acompañado por la despreocupación frente a lo trascendente, o incluso lo futuro, todos estos gadgets tecnológicos y géneros literarios de usar y olvidar agarran con fuerza entre la gente y ocupan el espacio de conciencia que nadie va a poder llenar ya de cultura y relaciones humanas enriquecedoras. Pasar el rato, pasar la vida entretenidos, esa es la solución donde nos conduce la ecuación perversa del mercado. Dejar en sus manos las posibilidades de crecimiento personal de la gente es la otra perversión de nuestros días, y esa es una perversión política, neoliberal. Sí, no es sólo la eterna corrupción económica la que debe preocuparnos a pesar de estar extendida por toda la estructura social, porque ésta deriva de la otra, de la perversión moral que supone permitir al insaciable capital condicionar los usos, la cultura y la conciencia de las gentes.

 

viernes, 6 de marzo de 2015

LA DESTRUCCIÓN DE LA CULTURA

Ayer se ha producido la destrucción de los restos arquitectónicos de la ciudad asiria de Nimrud, a orillas del Tigris. El Estado Islámico ha empleado maquinaria pesada de obras para devastar el emplazamiento, arrasando muros y estatuas. Hace pocos días, el museo de Mosul, también en Irak, fue  escenario de la destrucción de piezas escultóricas de gran tamaño, si bien la impermeabilidad informativa de la zona impide conocer con exactitud si se trata de piezas originales o copias, siendo la única fuente disponible un video grabado por el EI y difundido dentro de su campaña terrorista mediática.  También parece que se han destruido parcialmente los gigantescos toros alados de una de las puertas de la ciudad asiria de Nínive, en las afueras de Mosul. y se han quemado gran cantidad de manuscritos de su biblioteca. Ya en 2001 asistimos en Afganistán a la demolición con explosivos de los Budas de Bamiyán por parte de los talibanes.

En todas las zonas en conflicto se han producido saqueos de los bienes culturales, si bien se tratan de objetos de pequeño tamaño, de fácil venta en el mercado negro internacional. En ambos casos, obras escultóricas o piezas arqueológicas, se evidencia un desprecio de los extremistas islámicos por las culturas anteriores al Islam. Este fenómeno no es, sin embargo, nuevo en la historia, sino algo recurrente a lo largo de los siglos. Con frecuencia, una civilización conquistadora destruye las obras arquitectónicas y escultóricas de otra civilización conquistada por considerarlas un símbolo de poder que hay que eliminar. En el mejor de los casos, si se trata de arquitecturas notables, se reutilizan transformándolas, como la Basílica bizantina de Santa Sofía, trasformada en mezquita por los turcos al añadirle elementos decorativos y constructivos islámicos, como los cuatro minaretes. Más cerca en el tiempo, aquí en España nos atrevimos a construir una catedral renacentista dentro de la sin par Mezquita de Córdoba, que a su vez se había levantado sobre una basílica visigótica cristiana, que a su vez se había levantado sobre un templo romano pagano. Así es la marcha de la historia y las devastaciones que origina el poder. Claro que no hay que olvidar que el concepto de bienes culturales que hoy está instalado en la sociedad no existía de manera clara antiguamente, y el arte se interpretaba como símbolo y manifestación del poder.

Pero cuando las culturas son muy distantes en el tiempo, como es el caso del Irak musulmán y las culturas asiria y babilónica que le precedieron hace miles de años, no se trata ya de destruir símbolos de poder extinguidos que ya no amenazan a nadie, sino de un ataque directo al poder occidental actual y su cultura, que valora el arte antiguo y lo considera patrimonio de toda la Humanidad. Y les ayuda en su labor destructiva esa obsesión fundamentalista de que fuera del Islam todo es falso y no merece la pena que haya existido. El significado religioso prevalece abrumadoramente sobre otros valores como el arte o la piedad hacia los demás. Al igual que las ejecuciones, todos estos actos de barbarie son una provocación que pretende extender el terror y detener la injerencia de EEUU y Europa en los países islámicos, motivada por intereses económicos y acrecentada desde la guerra de Afganistán.  El Islam se siente amenazado por las “naciones de la Cruz”, como dicen ellos, y no les falta razón, porque aunque el amenazado directamente sea el petróleo que descansa bajo su suelo, la colonización occidental se infiltra sigilosamente modificando costumbres y creencias. Ya nos hemos olvidado de las distintas “primaveras árabes” que reclamaban democracia y sociedad del bienestar. ¿No fueron entonces para el fundamentalismo el principio de un movimiento de asimilación de la cultura occidental que amenazaba con socavar sus principios islámicos?

Parece que no debería tener sentido para los fundamentalistas la destrucción de bienes culturales, porque podían rentabilizar sus museos y monumentos atrayendo el turismo y obteniendo sustanciosos ingresos para el país. Pero el radicalismo islámico no es el país aunque quiera apoderarse de él, y el turismo parece ser para ellos una fuente de contagio de la cultura no islámica. Uno tiene la impresión de que ven el desarrollo económico como el mal propio de Occidente. Después de todo, también Jesucristo señalaba que el dinero era un estorbo para el espíritu y alentaba a sus discípulos a vivir en pobreza, pero nunca predicó la violencia sino el amor. Las dos religiones son hermanas, aunque mal avenidas por sus diferencias, como pasa en muchas familias.

Pero volviendo a la arqueología, cuántas veces hemos criticado que los museos de Londres, Berlín o Paris estén bien surtidos de antigüedades orientales procedentes del saqueo de otras épocas, aprovechando la incultura de los países de origen. Hoy la incultura  y el terror reina de nuevo de ellos, y la verdad, damos gracias muy a pesar nuestro de aquellos pillajes que al menos han salvado de la destrucción tantas obras de arte.