lunes, 25 de mayo de 2015

EL MÉTODO PARA ADELGAZAR


¡Se acerca la hora de la verdad! Se acerca el verano, y con el verano la playa. ¡Qué horror!, exclaman las señoras adictas al chocolate, que disimulan bajo la ropa sus adiposidades sigilosamente desarrolladas mientras se daban a los placeres eróticos del paladar. ¡Maldición!, juran los señores que todavía quisieran  presumir de palmito aunque luzcan pelo gris y barriga semiesférica debido a los abusos del placer omnívoro. Y todos se ponen manos a la obra para alcanzar la meta soñada de perder esos kilos y esas formas que afean su imagen. En nuestra cultura actual de veneración de la imagen y la apariencia, los afectados por los kilos piensan que podrían estropear algún romance de verano o incluso desbaratar un negocio importante, aunque tanto uno como otro estén en realidad flotando en su imaginación, como globos de colores bajo el cielo azul.

En invierno no hay problema porque los kilos en exceso pueden disimularse usando fajas y corpiños que devuelven la imagen soñada, pero en la playa… ¡ay en la playa!, la grosera realidad de las carnes desparramadas e hinchadas no se puede escamotear. ¡Hay que adelgazar como sea! Pero ¿cómo hacerlo en apenas un mes?  Hay muchas opciones, muchas dietas que prometen reducir varios kilos a la semana, como la dieta de las zanahorias, la dieta baja en hidratos de carbono, la dieta alta en proteínas, etc., etc. Esfuerzo inútil, porque todas ellas parten de un principio básico equivocado: adelgazar sin pasar hambre. Al final, las calorías siguen siendo las mismas tanto si provienen de grasas, hidratos de carbono o proteínas. Y las dietas vegetarianas extremas nos pueden dejar con poca chispa, salvo que las profesemos desde hace tiempo y sean lo más equilibradas posible. El error está, como hemos dicho, en tenerle miedo al hambre, pequeños glotones de la sociedad de la abundancia que no sabemos mortificarnos.

Pues bien, esa es la dieta eficaz, la fórmula mágica del adelgazamiento, aunque al alcance sólo de caracteres firmes. Y es una fórmula de propósito general para domeñar cualquier placer o vicio. Se basa en la famosa frase que puede leerse en algunos bares: “Hoy no se fía, mañana sí”. Y por semejanza: “Hoy no fumo, mañana sí”, o,  en nuestro caso: “Hoy no voy a comer apenas, mañana sí”. Con ese cartelito pegado en la puerta de la nevera y respetándolo fielmente cada día, veremos cómo nuestros kilos descienden sensiblemente desde la primera semana. Naturalmente comeremos de todo para que nuestro dieta sea equilibrada, pero reduciremos calorías en base a disminuir la cantidad ingerida. Y no estará de más tomar algún complemento vitamínico. ¿Pero y el hambre, qué hago con el hambre?, preguntarán muchos. Pues también hay solución para los débiles de espíritu que no pueden soportarla. El truco es psicológico y consiste en cambiar la sensación de malestar propia del hambre en sensación de placer, sin necesidad de que nos volvamos masoquistas. Hay que pensar que cada vez que sintamos hambre estamos adelgazando unos cuantos gramos, como así es en realidad. Esa satisfacción interior de estar adelgazando hará que aceptemos con relativo agrado las punzadas del hambre. A los pocos días nos acostumbraremos a esa sensación de quedarnos siempre con el estómago ligero, no satisfecho del todo; lo que por otra parte es beneficioso para el organismo en general, que tiene que trabajar menos en procesar los alimentos y se desenvuelve más ágilmente al tener que arrastrar menos peso en los desplazamientos.

¡Y a la playa, a la playa!, pero a olvidarse prácticamente de los chiringuitos y los buenos restaurantes, de la cervecita fresca y las tapitas, de los gintonics con hielo, de los helados y las horchatas. No sé, no sé, dirá alguno, quizás sería más fácil y gratificante mandar la dieta a paseo y decirse cada mañana al despertar: ¡soy una persona gorda, qué pasa! Pero no desesperemos tan pronto, que hay una alternativa para aquellos que no quieran privarse del placer de comer y beber: machacarse a diario con dos o tres horas de tenis, natación o bicicleta. Los milagros no existen en estos asuntos tan banales.

domingo, 10 de mayo de 2015

LOS POLÍTICOS Y LOS TOMATES

Es un hecho que en nuestros días los tomates no saben a nada. Igual pasa con los políticos. Cualquiera que sea la clase de tomate, sólo se diferencia de los otros en la apariencia: unos son de color rojo homogéneo y muy redondos, otros alternan el rojo y el verde, otros son en forma de pera, otros son pequeñitos y de varios colores, amarillos, naranjas y rojos. Y hasta los hay muy grandes y en forma de corazón. Pero todos, como digo, aunque de diferente aspecto, no saben a nada, lo mismo que los políticos.

En el caso de los tomates, los cultivadores han hecho una selección genética a lo largo de décadas, que ha ido imponiendo las semillas de aquellas variedades que mejor forma y color tenían en menosprecio del sabor, ya que los tiempos que corren son tiempos de imagen, de apariencias, y también de exportación. Incluso se han hecho modificaciones genéticas artificiales para potenciar estas cualidades. Un tomate con buena apariencia, que resista bien el maltrato del embalaje y que dure sin deteriorarse durante el transporte, es el candidato ideal para su cultivo. Desgraciadamente no se han encontrado variedades que aúnen estas cualidades de exportación con el sabor y la riqueza vitamínica. De aquellos polvos vienen estos lodos: en nuestro país, el 95 % de los tomates que podemos consumir no tiene substancia. Y lo mismo pasa con los políticos, y no es que los exportemos sino que el propio mercado interno atiende más a la imagen que a la realidad que hay detrás, y además ellos tienen que aguantar la cara también, ahora que estamos en campaña, hasta que culminen las elecciones. Es la ley  del mercado en estos tiempos.

Todos los partidos políticos muestran su mejor apariencia, que promete satisfacciones futuras. Es esencial que los líderes tengan un aspecto agradable, grandes dosis de  empatía, una palabrería que llegue a la gente aunque la mirada de un observador atento perciba en sus ojos ese reflejo de "no me lo creo ni yo".  Y en el seno de los partidos políticos se van seleccionando desde los años juveniles a los especímenes que reúnen estas cualidades. Ya sólo falta, para completar el símil con los tomates, ahora que la intervención genética en animales es viable, que las futuras mamás pidan la modificación ad hoc de sus embriones para que salgan de ellos unos políticos transgénicos llenos de futuro.

Lo que cuenta hoy día es el marketing, un marketing a corto plazo, que una vez vendido el producto ya veremos qué se hace en la próxima campaña. Las generaciones se renuevan con mucha rapidez y muchos no se acuerdan, o están tan atontados por los estímulos inmediatos que renuncian a acordarse, de la historia reciente. Afortunadamente, la gente mayor sí conserva la memoria y se acuerda del sabor de los tomates, y no renuncia a volver a degustarlo algún día. Incluso ya hay productores que empiezan a recuperar para consumo interno aquellos cultivos hortícolas que llenaban nuestro paladar de sabores. ¿Llegará este movimiento incipiente a la política? Porque al final, como dijo Jesús el galileo refiriéndose a los falsos profetas, "por sus obras los conoceréis", no por sus palabras. Quizás por eso él hizo milagros y se jugó el tipo ante el poder de la época. ¿Hará falta un milagro para que la política vuelva a tener contenido de verdad y vuelvan a diferenciarse las distintas opciones?