miércoles, 3 de febrero de 2016

LA NUEVA "CASPA" POLÍTICA

No “casta” política, término puesto de moda por un partido de nuevo cuño para referirse a la política tradicional, profesionalizada, sino “caspa” política es lo que estamos contemplando en estos días en que todos los partidos, nuevos y viejos, afilan sus estrategias y tienden cepos para eliminar al adversario. Porque casposo no es sinónimo exclusivamente de anticuado y cutre sino de falta de aseo ético, de colonización de la mente por el hongo del egoísmo. Nuevos y viejos partidos hacen de la política un fin en sí mismo y se olvidan de los ciudadanos, que son relegados a meras fichas o presencias virtuales en el juego del poder. La política es un juego en el que el ciudadano, en cuanto ha otorgado su voto, queda al margen de la acción y se limita a contemplar, muchas veces desesperado, cómo el político juega bazas que no le gustan o que van incluso en contra de sus intereses. ¿Para qué votar a un partido que se pretende ganador si luego acaba gobernando una coalición de perdedores con programas políticos dispares? Las coaliciones y los pactos tendrían que hacerse antes de votar y prohibirse después. Esta democracia no tiene sentido, porque llamándose representativa no representa bien al ciudadano.
El político al uso vive en una burbuja política y contempla al ciudadano a través de su curvada superficie, distorsionado y difuso, viendo en él una baza de juego de su propiedad. El político mira a la política y no al ciudadano en sí mismo. Pasa algo parecido con el médico que ve sólo la enfermedad y no al enfermo. Es el mal de la profesionalización, de las castas, que no son exclusivas, como decimos, de los viejos sino también de todo aquel que llega con ese espíritu de corporación y sabiduría infusa.
Decía León Felipe, refiriéndose a esto, que había que pasar por las cosas ligero, sin quedarse demasiado en ellas, sin que hicieran callo para no perder la sensibilidad: 

Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve
cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.

Si la política estuviera sometida a riguroso control económico para evitar corruptelas y privilegios, además de remunerada de manera sobria, se accedería a ella por vocación de servicio a los ciudadanos y no por fines espurios. Y si el poder político estuviese limitado y controlado por la ciudadanía, otro gallo nos cantara. Pero ¿quién le pone por sorpresa el cascabel al gato si el que hace y aprueba la ley es el gremio político?  Demasiado poder, demasiada independencia y falta de control ciudadano habitan confortablemente en la política de nuestros días. 

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