viernes, 27 de mayo de 2016

MORIR EN EL MEDITERRÁNEO

Son ya un fenómeno incesante las barcazas de todo tipo repletas hasta lo imposible de migrantes que cruzan el Mediterráneo hacia la tierra prometida de Europa. Y lo es el naufragio y muerte de algunos en esa peligrosa y codiciada aventura que facilitan las mafias a un precio no precisamente del tercer mundo, lo que evidencia la dimensión del sueño europeo que alienta a estos precarios navegantes, que han debido empeñar sus pequeñas posesiones en tierra para lanzarse a la mar. Niños, a veces solos, o mujeres embarazadas se arriesgan al frío y al estado de la mar con tal de huir de la miseria de sus pueblos en busca de una incierta esperanza. Estamos asistiendo a una migración imparable hacia la rica Europa.

Las migraciones son consustanciales con la historia de la Humanidad, desde la primeras que llevó a cabo el hombre prehistórico hace más de un millón de años, saliendo de África y poblando el continente euro-asiático, hasta las invasiones bárbaras desde las estepas asiáticas hacia el sur de Europa o la expansión del Islam por Oriente Medio y África. En todos los casos, la causa principal de los movimientos masivos de población ha sido la búsqueda de una vida mejor frente a la escasez de origen, aunque se promoviera enmascarada desde instancias religiosas o de poder.

En el siglo XIX migraron desde Europa a América más de sesenta millones de personas, atraídas por las oportunidades de trabajo y prosperidad económica del nuevo continente. En la actualidad, el flujo migratorio se ha invertido y Europa, de ser la repobladora del mundo en vías de desarrollo, ha pasado a ser la receptora del mundo sin esperanza de desarrollo. Y eso finalmente no es una carga sino una oportunidad que hay que saber aprovechar para el bien común. Europa se hace vieja y necesita rejuvenecer su población para que se garantice la supervivencia de su sistema económico y de bienestar. Pero la inmigración conlleva no sólo la aportación de masa laboral productiva sino de costumbres, creencias y culturas diferentes que inquietan a muchos por la amenaza de ir diluyendo o hibridando la cultura e identidad europeas. EEUU, país con historia de acogida, se ha desarrollado desde el principio gracias a la emigración, que ha alimentado su sistema productivo bajo un ambiente social de libertad y no imposición cultural que ha permitido la coexistencia, no sin problemas, es cierto,  de núcleos étnicos distintos, como el afroamericano, el hispano o el chino. Europa está todavía lejos de ese escenario y no será fácil que se construya ya que es muy larga su historia y muy arraigada su cultura.  Además, la población emigrante tiene unas tasa de natalidad muy elevada en comparación con la europea, lo que plantea un escenario futuro donde sus aspiraciones y cultura tienen que dejarse oír.  Y por otro lado, Europa y América del Norte no pueden acoger a todo el mundo subdesarrollado, lo que trae como consecuencia la planificación de la acogida y el cierre de fronteras a una inmigración descontrolada.

El escenario futuro es complejo y la distribución mundial de la riqueza es una fallida utopía que debería llamarse “globalización de la riqueza”, que no tiene nada que ver con la actual y creciente “globalización del mercado”, en la cual los países ricos aumentan sus pingües beneficios comerciales en todos los mercados del mundo. Y sin embargo, si un demiurgo quisiera reordenar el mundo advertiría, haciendo la cuenta de la vieja, que el 1% de la población mundial acumula la misma riqueza que el 99% restante. Y que si se distribuyera ésta equitativamente, los pobres únicamente duplicarían sus escasos recursos, es decir, seguirían siendo pobres. Se habría producido la distribución de la  pobreza. Por eso un futuro de globalización de la riqueza tiene que pasar forzosamente por promover el desarrollo de los países atrasados, haciendo innecesarios los movimientos migratorios. Y ése es otro cantar muy difícil de entonar. El drama de las migraciones no va a parar durante mucho tiempo.