Quién sabe lo que buscaría la
hormiga dentro de la vitrina de la Dama, después de haber violado la seguridad
por un imperceptible orificio en la silicona de una junta. Las hormigas no
comen piedra ni había dentro nada que pudiera apetecerle salvo pasearse por los
recovecos y florituras pétreas de los collares, colgantes y rodetes de la
adornada, misteriosa y bellísima mujer íbera. Cierto es que la escultura no
corría ningún peligro por el asueto de la hormiga, que quizás no encontraba de
nuevo el orifico por donde entró y hubiera acabado muriendo allí, en funerario
homenaje a la misteriosa Dama, fallecida hace veintiséis siglos y enterrado su
busto para salvarlo de la destrucción iconoclasta de la época. De hecho, la
hormiga difunta hubiera concordado con el aspecto cadavérico de su rostro sin
color y cuencas vacías, al haber perdido la policromía y la pasta vítrea de los
ojos que le dieron vida en su momento.
Incluso así, su belleza se mantiene, como si representara ese breve momento de
tránsito entre la vida y la muerte en el que el alma todavía reside en el
cuerpo inerte pero no puede ya manifestarse.
Un cadáver hermoso parece, aunque sea por accidente. Quién sabe dónde estarán
sus ojos ni qué aspecto tendría con esas ventanas del alma, aunque por el dibujo
de su boca se adivina una impasibilidad tranquila y la nobleza de su carácter.
Pero volviendo a la hormiga
viva, tuvo que ser escalofriante para el turista que la descubrió el verla aparecer
allí mientras estaba sumido en las anteriores reflexiones sobre el rostro de la Dama,
como si un diminuto emisario negro de la muerte llegara para aclarar y
enriquecer sus divagaciones. Menos mal que la hormiga estaba sola y no se había
instalado allí el hormiguero entero, que en algún lado del Museo debe estar
porque una hormiga solitaria no tiene futuro, salvo que esté muerta y sea
excepcional, como la Dama.
Y ese es precisamente el
problema que se ha vuelto a plantear, el futuro de la Dama. Se reclama desde
Elche devolverla a su lugar de origen, que no se consuela de su ausencia con las
breves estancias que se permiten de lustro en lustro. El Museo Arqueológico
Nacional mantiene su criterio de que la prima dona de la escultura íbera, joya
de nuestra arqueología, es un bien único que debe poder ser disfrutado por el mayor
número de personas, y por tanto su lugar de exposición debe seguir allí, donde
además se garantiza su seguridad y perfecta conservación. Aunque después del
suceso de la hormiga este argumento se ha convertido en un arma arrojadiza de los
ilicitanos.
Y de nuevo la hormiga exploradora
vuelve a nuestra conciencia y nos preguntamos qué habrán hecho con ella, dónde
la habrán llevado, si la habrán dejado en libertad para que vuelva con sus
congéneres o la habrán metido en un frasquito para conservarla en el M.A.N. como
una anécdota curiosa.
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