La ciencia avanza a un ritmo acelerado, tanto que amenaza
todas nuestras seguridades e ideas heredadas de la filosofía griega: el tiempo,
el espacio, la causalidad, la materia. Se han vertido ríos de razonamiento a lo largo de la historia de
la Filosofía para indagar en estas ideas
escurridizas pero innatas en nuestra especie, esquemas mentales heredados que evidencian
nuestra adaptación exitosa al mundo que percibimos con los sentidos y en el que
nos movemos. Pero el mundo se extiende además hacia dimensiones que nuestros
sentidos no perciben directamente, en las escalas microscópicas y cósmicas, que
sin embargo son accesibles por la razón, la instrumentación y las matemáticas.
Y aquí surge la sorpresa, la rotura de nuestras convicciones sensibles, de
nuestros patrones innatos de conocimiento. La idea de tiempo ya empezó a
tambalearse cuando la teoría de la Relatividad demostró que no era algo
absoluto, sino relativo al observador y a la velocidad con la que se movía. Y
lo mismo sucedía con el espacio, evidenciando que ambos estaban tan
relacionados que podría hablarse de una sola cosa. Ya en el lenguaje ordinario
confundimos ambos conceptos, usando frases como " ha pasado largo tiempo", Pero la puntilla definitiva a nuestras convicciones mundanas la ha dado la física
cuántica, la física de partículas subatómicas, que parecen comportarse de
manera tan extraña al sentido común que nos hace pensar que "nuestro"
mundo es sólo nuestro, una percepción meramente humana, parcial e imperfecta de
la realidad.
Problemas metafísicos como la coexistencia del tiempo y la
eternidad, racionalmente arduos de resolver, aparecen sencillamente resueltos
en "universos de juguete", simulaciones simplificadas en base a
sistemas de partículas entrelazadas cuánticamente, generadas a la vez, en las
que un observador interior sí ve transcurrir el tiempo del "universo de
juguete", mientras que un observador exterior lo ve inmóvil, eterno. En
cuanto al espacio, no parece existir entre partículas entrelazadas, ya que
existe una comunicación instantánea entre sus estados, como si fueran una misma
cosa a pesar de estar separadas a gran distancia. Y la causalidad tampoco existe a nivel de partículas,
siendo substituida por la noción de probabilidad.
Todo lo anterior muestra que vivimos en un mundo aparente, representado,
como ya pensaba Platón con su mito de la
caverna. Tanto tiempo para llegar a la misma conclusión es desesperante, aunque
sin embargo ahora se tiene la certeza de que es así.
En muy poco tiempo, relativamente, nuestra idea del mundo va
a cambiar y todo tendrá que irse adaptando a los nuevos conocimientos. La Metafísica
va a dejar de ser algo fuera de las fronteras de la Física, y la Religión acabará, quizás, confundiéndose
con el Humanismo futuro (ya lo planteaba Teilhard de Chardin de alguna manera).
Entretanto... seguiremos viviendo, igual que siempre, como Dios nos dé a entender.